El asentamiento de la población musulmana en Cáceres comenzó a principios del siglo VIII, y su llegada supuso el florecimiento de la ciudad. Ocuparon Cáceres durante más de 500 años y fueron los almohades quienes le dieron mayor auge y crearon la obra más significativa: la gran muralla de 1.174 metros en torno a una superficie intramuros de 8,2 hectáreas, que hoy sigue jalonando el patrimonio histórico con sus 16 torres albarranas (en sus orígenes fueron 22).

Según el estudio realizado por el profesor Samuel Márquez y el arquitecto Pedro Gurriarán, los almohades dividieron la fortaleza mediante muros interiores en tres zonas: la alcazaba (residencia del gobernante y la guarnición), en la actual plaza de las Veletas; el albacar, un recinto para reunir tropas y refugiar a la población; y la medina o ciudad propiamente dicha.

Un elemento habitual en las ciudades musulmanas era el baño o ´hammam´, lugar de purificación para la oración y espacio para la higiene. No se han localizado sus restos en Cáceres, aunque sí un baño romano en el Mayoralgo que podría haber sido utilizado por los musulmanes, ya que su tipología en ambas culturas era casi idéntica.

Aunque no se conservan sus muros, una de las mezquitas ocupó el espacio de la actual iglesia de San Mateo, en la parte más alta de la ciudad, junto al alcázar.

Pese a no ser cabeza de provincia, Cáceres contó con una ciudadela político-militar. Precisamente, el aljibe que hoy se conserva en las Veletas --sorprende por su tamaño y construcción--, estaría en la fortaleza.

Cerca de la mezquita y de la actual calle Ancha se ubicaba el zoco o mercado.