La presentación de los candidatos socialistas de cara a las elecciones autonómicas y municipales del 2007, el pasado sábado, comenzó con la exhibición que llevaron a cabo quienes necesitaban ser vistos y llamar la atención. Me parece que estos alardes de narcisismo y arribismo ya están muy vistos. Más significativas fueron las palabras con las que presentó la secretaria local del PSOE cacereño, Emilia Guijarro, a la portavoz municipal y reelegida candidata, Carmen Heras. Un preboste socialista sentenció: "Ahora creo en Dios". Yo creí estar en un capítulo de las madres ursulinas.

Y es que muchas cosas han cambiado en los socialistas extremeños. En primer lugar escenificaron una idea del candidato. Allí estaban los de Badajoz, Cáceres, Mérida y Plasencia, como ejemplo de que lo que es bueno para cada una de las ciudades es bueno para Extremadura. No es importante el dónde sino el qué.

Guillermo Fernández Vara desea conquistar los corazones convencido de que detrás vendrán los votos. Más que un líder del socialismo es un compañero, un cómplice. No despierta entusiasmo, pero sí cariño. No levanta pasiones sino sentimientos. En lugar de aclamaciones recibe apoyos y comprensión. No abronca; dialoga. No amenaza; razona. No impone; propone. Alejado del tono mitinero, abandona la demagogia y sus trucos, el exceso, el chascarrillo, el insulto al adversario, y los sustituye por el discurso "moral y laico". Se cree heredero de una buena gestión económica y, por lo tanto, estima que está en condiciones de anunciar una política social de envergadura que abarca por igual a las capas débiles y a los empresarios. Su fe en la realidad y en el hombre extremeños le induce a proponer un cambio de actitud: no estamos solo para recibir; estamos en condiciones de dar. Debemos exportar talento, formas de vida, valores y calidad de vida.

Al finalizar, en lugar de gritar "!presidente, presidente!", deberían haber cantado: "!qué bonito, qué bonito!". Amén.