El pasado lunes, día 14, por temor a la lluvia, se trasladó la representación de Hamlet al Gran Teatro, que presentaba una buena entrada. Qué osadía la de estos jóvenes alumnos de Arte Dramático para atreverse con la más larga y shakesperiana tragedia para intentar montarla dignamente dentro de un prestigioso festival como el cacereño.

En primer lugar levantaron el telón un cuarto de hora antes de la hora, para que viéramos a ocho encapuchados sentados, mudos y estáticos; ¿estarían velando la reciente muerte del padre de Hamlet, el rey asesinado por su hermano Claudio, que también se había apoderado de su esposa Gertrudis?

Y al poco empiezan a salir un par de guardias, provistos de unos largos palos, que intentan hablar o atrapar a una escurridiza sombra, el espectro paterno del rey asesinado, que después reclama venganza a su hijo por tan horroroso crimen, siendo demasiado corpóreo y escurridizo. Salen después otros cortesanos con igual presteza de piernas y de dicción, que no hacían muy comprensible tan trágica trama, pero sin dar suficiente vida y convicción a los respectivos personajes de tan corrupta corte danesa, especialmente al protagonista, el dubitativo joven príncipe Hamlet, aquejado por una paralizante duda existencial bastante incomunicadora con su entorno: prueba de su creciente aislamiento es que aparece unas veces leyendo un libro, él dice que solo son palabras; otras haciéndose el loco o quizá ya lo estaba, para mejor vigilar y averiguar al asesino paterno. El caso es que el intérprete del protagonista se va centrando progresivamente, especialmente en sus reiterados y profundos monólogos como el famoso de «ser o no ser, he ahí la cuestión..., y después dormir, tal vez soñar». Le asustaba el más allá y en especial su miedo al infierno.

A la mitad de la representación recobra mayor tensión dramática con la aparición del joven vengador Laertes, que se enfrenta a otro vengador paterno Hamlet y también por el enloquecimiento de su hermana Ofelia, prometida de su rival, quien la ha mandado a un convento y acaba ahogada. La escena de dicho enloquecimiento femenino está bastante conseguida, así como la del «teatro dentro del teatro» o sea la representación que organiza Hamlet para comprobar la culpabilidad de su tío Claudio, lo que consigue demostrar.

Y por último también es pasable el desenlace o duelo a espada entre los dos jóvenes vengadores, que acaba con sus muertes respectivas, pero también con la de la pareja real, por un conjunto de malhadadas circunstancias. Buen remate del amigo de Hamlet Horacio, que dignifica un tanto tan extraña y desigual representación. ¿Nos preguntamos si no tuvieron tiempo suficiente de ensayo para haber mejorado bastante sus papeles dramáticos? ¿O su directora Carmen Galarza no calibró suficientemente dicha osadía? Al final de esta larga experiencia escénica sonaron unos tibios aplausos muy corteses.