Joaquín Carrasco recibió el pasado 5 de abril un homenaje de la Sociedad de San Vicente de Paul en reconocimiento a la labor asistencial que durante los últimos veinte años desarrolló al frente del centro social Ozanam, en el que ha ayudado a más de 600 toxicómanos. Al principio los atendía en su propio domicilio, y desde 1995 en la sede del centro en la calle Nidos.

¿Compensa trabajar por los demás de forma desinteresada?

--Sin fe no se puede hacer. Yo siento una gran satisfacción cuando les has ayudado a que se reinserten en la sociedad.

¿Se lo agradecen?

--Sí, siempre lo agradecen.

¿Por qué decidió trabajar en la atención a toxicómanos?

--Hay que tener ilusiones. No sé si será una tontería, pero yo tengo mucha fe, y la fe mueve montañas, y a mí me movió a que me dedicase a trabajar en la atención a los toxicómanos.

¿Queda mucho por hacer?

--Nadie tiene una varita mágica. Yo no soy partidario de que se dé metadona. Es como si a un alcohólico por beber coñac le dieses un vaso de vino. Es muy complicado, no puedes dejar al enfermo, ni obligarle. Cuando empecé, poca gente colaboraba, ahora sí, y hay que trabajar en la prevención, que es la mejor manera de ayudar al toxicómano.