Santos García Landeira , natural de Madrid, contrajo matrimonio con Primitiva Barra Herrera , que había nacido en Guadalajara y con la que tuvo tres hijos: Manolo , Juan José y Santos . Vivían todos ellos muy felices en Madrid, en una de aquellas corralas de Tetuán de la Victoria donde también residía buena parte de la familia, entre abuelos, tíos y primos. El destino quiso que Primitiva emprendiera su viaje final demasiado pronto, de manera que Santos se quedó solo al cargo de sus tres hijos, a los que tuvo que encomendar a los abuelos mientras él viajaba por toda España porque era albañil y entonces trabajaban a destajo en cuadrillas que se repartían por todo el país.

Una de aquellas cuadrillas arribó en Cáceres para colaborar en la construcción de la nueva Residencia Sanitaria de la capital, el actual Hospital San Pedro de Alcántara, donde Santos trabajó poniendo las plaquetas exteriores. Un buen día, volvió Santos a la corrala de Tetuán de la Victoria para comunicar a su familia sus intenciones de casarse con una cacereña que había conocido durante su estancia en la ciudad: Marcela Heras , que tenía un puesto de fruta y de verduras en el mercado del Foro de los Balbos.

Fue así como los hijos de Santos (Manolo solo tenía siete años) llegaron a Cáceres, donde comenzaron a vivir en la calle Santa Gertrudis, en un piso de dos habitaciones en el que también vivía Pura , una hermana de Marcela. Era aquella la típica casa de vecinos, con viviendas que se alquilaban y en la que igualmente residían Constancia y los demás, 60 años atrás. Disponía el lugar de cocina comunitaria compuesta por tres fogones independientes cada uno de ellos y todos funcionando con carbón, que luego vino el petróleo y aquello fue ya la leche. El petróleo se compraba entonces en Abad, porque no lo había en las gasolineras, de manera que en Abad se formaban en esa época unas colas larguísimas.

Como el edificio de Santa Gertrudis no tenía agua corriente, los vecinos acudían al Perejil, donde había una fuente: esperabas tu turno y calle arriba calle abajo a diario con los cántaros para abastecer a toda la familia. Pero era feliz esa vida en ese barrio donde el tiempo transcurría en la calle, una calle por cierto llena de críos: Juan Mozo , Emiliano , los Maganto y muchos más en los años donde no eran necesarias las tecnologías porque con un balón de papel te apañabas, sintiéndote el niño más feliz de la tierra.

Eran años en los que la necesidad obligaba, de modo que Manolo, el hijo mayor de Santos, se puso desde muy pequeño a trabajar. Marcela continuaba con su puesto que el ayuntamiento le había concedido en el interior del mercado. Fuera, en la plaza de las Piñuelas, Santos también instaló su puesto, que era de quita y pon y en el que vendía ajos, cebollas, todo tipo de frutas y hortalizas que venían de Arroyomolinos o Miajadas.

Desde Plasencia

Mucha mercancía también se traía de Plasencia porque en Plasencia residía una tía de Manolo cuyo marido trabajaba en la Renfe. Ella se encargaba de comprar las mejores frutas y verduras, que luego embalaba y llevaba al tren. Así que hasta la estación iba cada tarde Manolo con un carro en busca de los pedidos, que posteriormente dejaba en el mercado, en cuya planta baja estaban las cámaras donde se guardaba el pescado y todo tipo de productos perecederos.

Y cada tarde, un montón de escaleras arriba y abajo con aquellas cajas cargadas con los mejores frutos que se ponían a la venta al día siguiente en ese mercado del Foro de los Balbos que entonces era la gran superficie comercial de Cáceres por excelencia, un mercado a lo bestia donde había de todo, situado justo al lado del ayuntamiento y de la plaza Mayor, cuando la plaza era un hervidero de negocios, un trasiego de gente, un oasis de vida.

Manolo compaginaba el trabajo con las clases, siempre nocturnas, que recibió primero de la mano de dos hermanos que tenían una escuela por la parte antigua, y luego de don Alfonso , que las impartía por la Peña Redonda. De ahí se fue Manolo a Maestría, donde hizo Electricidad. Tuvo opción a una beca para la Escuela de Peritaje de Béjar, pero eran tiempos difíciles y finalmente Manolo estudió Delineación en Cáceres.

Para entonces su padre ya había montado en la calle Zurbarán una abacería, que era como un ultramarinos donde se vendía mucho a granel: aceite, conservas, azúcar, patatas... Poco después llegó la mili, y a Manolo le tocó en Cáceres; cuando le daban permiso, volvía a la abacería, y al terminar el servicio militar, por esa cosa de la juventud de buscarte algo distinto a lo que ya conoces, Manolo se marchó a Galicia, donde trabajó durante una tiempo en una empresa de montajes eléctricos.

Pero Manolo quería regresar a Caceres para seguir los pasos comerciales de su padre y abrir

un negocio propio. Antes, conoció Manolo a María Eugenia García Cendal , hija de Petra y de Benito , empleado en Sindicatos. María Eugenia, una chica que trabajaba en Telefónica, con la que se casó en San Mateo, celebración en el Alcántara y con la que ha tenido dos hijos: María Eugenia y Juan Manuel .

El primer negocio propio de Manolo fue en Las 300, en un local que cogió de subasta. Su padre y él hicieron la obra: pusieron las puertas, un servicio, todo... Y abrió Manolo su supermercado de 60 metros cuadrados en la plaza de la Fe. En aquellos años la clientela era numerosa, porque eran muchas las familias, y con muchos hijos, que vivían en Las 300, entonces un barrio recién construido. Vino una vez un señor vasco que llevaba la cooperativa Secuf y tan impresionado se quedó con Las 300 y con la tienda de Manolo que hasta escribió un artículo en el que comenzaba describiendo así Las 300: "...Un pueblito de palomas blancas, perfectamente cuidado y limpio" --decía-- porque entonces Las 300 era una barriada recién entregada, limpita, blanquita, con sus casas alineadas y sus jardines.

Empleados

Y allí estaba Manolo, con sus empleados: Luisa , Antonio , Juli , Manolo ... Las cosas le iban bien a Manolo, que poco después se asoció con dos inseparables compañeros de viaje: Manuel Ollero , que tenía un comercio en la ronda de San Francisco, y Angel Pérez , que lo tenía en Llopis. Juntos decidieron hacer frente común y en 1979 abrieron el que se convertiría en el primer hipermercado de Cáceres.

Ese año había quedado libre en Alfonso IX un local de tres plantas, repartido entre unos talleres que El Corte Inglés abrió para formar a los trabajadores de Induyco, y Comercial Cacereña de Tejidos. Entre los tres socios hicieron la obra: cada noche con sus taladros, sus sierras, compraron las maderas y cuando acabaron pensaron en un nombre: enlazaban los apellidos de los unos y de los otros pero no les salían más que churros. En un libro sobre márketing aprendieron que para marcas lo mejor son los nombres cortos y sonoros, y se acordaron de la palabra tambor, le quitaron la R y así nació la criatura: Tambo, igual que una isla de Pontevedra, Tambo, igual que --curiosamente-- una cadena de alimentación que existe en América del Sur.

La aparición de Tambo causó furor en Cáceres: eso de comprar con carritos, de elegir tu mercancía, de entrar en un híper con cafetería, juguetería, perfumería, bazar... vamos, que aquello era la bomba. A Tambo iba todo Cáceres, ese Tambo de Alfonso IX que sufrió dos incendios pero que es imbatible al desaliento: superaron los incendios, abrieron hasta un gran hipermercado que luego adquirió Carrefour y la cadena dispone en la actualidad de siete tiendas, un Hipercash y 92 empleados. Y detrás, Manolo y sus socios y amigos Angel y Manuel, que confirman que en ocasiones, hasta para las piernas las medias son buenas.