Ante unas complejas elecciones que van a celebrarse próximamente, y que pueden dejar el “paisaje” político mucho más enredado de lo que está ahora mismo, hirviendo a borbotones en la mismísima Cataluña; lo más prudente es asentar las cabezas - especialmente algunas, que andan muy descarriadas - y dedicar tiempo a la reflexión o al repaso de propuestas, objetivos y programas de los numerosos candidatos, que han decidido ocupar el «centro» del tablero ideológico de la política hispana. Aunque mucho me temo - como ha pasado ya varias veces - que los que reclaman para sí la titularidad del «centro político», no sepan muy bien qué es el «centro»; y, menos aún, cómo debe ser la política que se apellide de esta manera.

Hasta ahora, el «centrismo» ha sido solamente «centralismo»; y su ubicación geográfica dentro del mapa de España, ha sido Madrid; con escasísimas ramificaciones a las provincias más próximas o a otros «dormitorios» madrileños, de donde procedían los candidatos que aspirasen a ser miembros del Gobierno central.

Las cualidades personales que debían «adornar» a los futuros «altos funcionarios» ministrables o responsables de las áreas de la Administración Central, eran esencialmente físicas: Vivir en Madrid, o en sus aledaños provinciales; ser alto, de «buen look» y - a ser posible - «chapurrear» el inglés con acento de Aravaca.

Podrían aceptarse candidatos que hablaran algo de catalán, de euskera o de gallego; incluso que tuvieran algún tío o primo lejano en otras Comunidades Autónomas que no fueran la madrileña; pues a la hora de hacer «listas» para las Asambleas de estas Comunidades, podría ser interesante un «centralismo» provinciano para aceptarlos como Presidentes o Consejeros en sus respectivas capitalidades. Aunque estos candidatos de la periferia debían garantizar un «centrismo centralista» para evitar que rompieran la «Galaxia» española, dejando de dar vueltas alrededor del barrio de Salamanca, del de Lavapiés o de Vallecas, que dejaría a la geografía «centralista» un tanto descoyuntada.

Las consecuencias de «inventar» otro «centralismo» - como es el caso de Barcelona - puede dar lugar a «tsunamis» o a terremotos políticos, como el que se ha provocado en Cataluña. El «choque de los centralismos» - muy semejante al desencuentro de los «centrismos» - es viejo ya en la Historia de España, y está muy relacionado con las influencias exógenas procedentes de la Santa Inquisición, de la abundancia de fronteras entre reinos de «Taifas» y del «cazurrismo rural», reavivado cada cierto tiempo por corrientes neofascistas, franquistas y autoritarias, inmersas en el ADN de todo «celtíbero» conservador.

Por eso creo que para el 10 de noviembre sería muy conveniente marginar ante las urnas todos los «ismos» históricos que han arruinado tan bonitos proyectos del pasado, haciendo siempre imposible para el futuro un proyecto viable de nación solidaria, democrática y fuertemente vertebrada, en la que quepan todos los españoles, sus familias y sus proyectos personales.

Debemos rechazar ideologías anodinas, separatistas y conservadoras que impidan el progreso y el avance de todos al unísono. Pero también posturas demasiado «progres», individualistas y «anarco» que propendan a una sociedad sin normas ni leyes, desestructurada, donde cada cual viva en «su rincón», sin preocuparse más que de sus intereses y apetencias.

Sustituyamos pacíficamente el «centralismo» y el «centrismo» por la solidaridad y la cooperación entre todos; sin más limitaciones que una libertad, moderada por las leyes y una convivencia política, vigilada por la Justicia.