Apenas llegó el PSOE al poder comenzó la demolición de las agrupaciones y el partido se rompió en dos conjuntos, el de los cuadros y las bases. El debate y las propuestas fueron devoradas por la gestión, la ideología pasó al olvido sobrepasada por la tecnocracia, los cargos electos, adornados por la clarividencia y la infalibilidad, campan por sus respetos sin dar cuenta a nadie y parecen más inclinados a los contubernios personalistas que a escuchar a su electorado. Tocar poder les ha conducido a diseñar un partido que solo piensa en ganar elecciones y ello ha propiciado un alejamiento progresivo de sus militantes y de su base social.

Los militantes tan solo tienen protagonismo en el momento en el que es necesario pegar carteles o escrutar votos, pues incluso a los congresos tan solo van los domesticados dispuestos a votar a la búlgara. La base social no lo percibe como una alternativa sino como una alternancia, de manera que ha perdido la sintonía con la mayoría progresista de la sociedad que cada día se ve más alejada de este partido como demuestran las elecciones progresivamente. Ahora mismo el PSOE no es percibido por todos ellos como una solución que lleve a cabo las reformas necesarias sino un paliativo, una manera de hacer la misma política que la derecha pero con menos sufrimientos. No se sienten representados por él.

La decisión de consultar a las bases los posibles pactos de gobierno ha descolocado a los llamados "barones", habituados a un reinado de Taifas, a decidir sin encomendarse a nadie, sin ideología (el famoso "gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones" de Felipe), y que en su mayoría han pactado con quien ahora resulta ser el demonio para Sánchez, devuelve el partido a sus militantes y eso puede traer consecuencias porque sobre todo va a poner al PSOE ante el espejo pues la opinión de las bases les va a decir a sus dirigentes qué es el PSOE, qué clase de partido y de políticas quieren. Algunos deberían tomar nota.