Una hipoteca, poder casarse y emprender una nueva vida, vocación por el trabajo que se hace y sobre todo estabilidad laboral en plena crisis económica. Estas y otras muchas razones estaban detrás de los 734 militares que el miércoles participaron en Cáceres en el examen de acceso a tropa permanente, la prueba con más solicitantes de las celebradas en los últimos años en la base militar de Santa Ana y a la que acuden candidatos procedentes de unidades del Ejército de Tierra de todo el Estado. De los últimos cuatros años, fue la prueba con más aspirantes y la segunda con menos plazas a concurso.

Cerca de un millar de militares se presentaron a la preselección, que pasaron los 734 que se examinaron, de los que menos de la mitad se podrán quedar con las 370 plazas convocadas.

"Es ligeramente más elevado que otros años", según explicaba el teniente coronel, Juan Carlos Fernández Rincón, que recordaba que la nota sale de los méritos que el militar acumula en los años de servicio y de la que se saca en el examen. El que obtiene una de las plazas a concurso "pasa a ser fijo, hasta la edad de jubilación", apuntaba Rincón.

Si no superan la prueba, depende de un contrato que no se puede prorrogar por encima de los 45 años. Casi la totalidad de los que se presentaban al examen tenían entre 30 y 40 años y llevaban una media de 10 años de servicio (se necesita un mínimo de 8 que pasará a ser de 14 con el cambio en la legislación). Los candidatos eran cabos o cabos primeros (plazas que se sacaban a concurso para cubrirlas de forma permanente). Lo que les diferenciaba era su origen.

"Me he metido en una hipoteca y esto es estabilidad económica", afirmaba Iñigo Fernández, de la unidad paracaidista con sede en Madrid. Fernández tiene 36 años y ha participado en misiones en Kosovo, Bosnia y Afganistán. El miércoles su misión era "ser fijo, más que nada".

La de Pedro Parra, cabo de 33 años, es "tener estabilidad en mi vida personal, tengo en proyecto casarme". Trabaja en el regimiento RINT (Inteligencia) con sede en Valencia.

"Un trabajo fijo, económicamente está bien, tener estabilidad, cerca de casa...", enumeraba Oscar García, cabo primero en el regimiento Farnesio (caballería) de Valladolid. De sus 30 años lleva 12 en el ejército.

Su edad y su permenencia en las Fuerzas Armadas coincide con la de Rocío Mosquera, gallega que es cabo en la brigada aerotransportable con sede en Pontevedra, "¿por qué me presento?, por la estabilidad en el trabajo". Ha participado en misiones en Kosovo y Afganistán, a donde volvería para hacer un trabajo que, "aunque es duro y estás lejos, está bien".

Tania Blanco, 31 años y que está en la Guardia Real, con sede en el Pardo, no ha participado en ninguna misión en el extranjero. Lleva casi diez años en el ejército y quiere "un puesto fijo" porque para ella "la vida cambió a mejor desde que estoy dentro del ejército".

"Estoy aquí por vocación, cuando me metí en el ejército no había crisis, me gusta y es lo que quiero", aseguraba José Diego, de 34 años y cabo en la unidad de regulares de Melilla, de donde no se ha movido desde que entró en el ejército.

Manuel Hidalgo también está en Melilla, es cabo en el tercio Gran Capitán 1 de la legión, "con el contrato que tengo ahora, a los 45 años tengo que irme fuera y lo que quiero es tener un futuro viable".

Lo mismo le pasa a Belén Sánchez, "a los 45 años no hay más prórrogas, esto se termina y lo que quiero es una estabilidad, estoy bien en el ejército, esto me gusta", además está en su ciudad, en Valladolid, en artillería. Jonathan Torres, de 33 años, también está en su casa, en Las Palmas, pertenece a la Unidad Militar de Emergencia y su última misión le llevó a Tenerife, por las lluvias caídas hace unas semanas en la isla.