El deplorable espectáculo que nos han ofrecido nuestros diputados y senadores en esta última secuencia de composición definitiva de ambas Cámaras, sus Mesas Presidenciales y los «cambalaches» para llegar a acuerdos de reparto de cargos y sillones, ha sido realmente vergonzoso. No es de extrañar que los ciudadanos con cierto sentido del pudor se hayan avergonzado de su voto, y casi hubieran preferido repetir la escena electoral para cambiarlo; para votar en blanco o, sencillamente, para hacer una «peineta» delante de las urnas y marcharse a casa sin cumplir con este sagrado deber de la democracia.

Si esto es lo que ofrecen los viejos partidos tradicionales (conservadores o progresistas) para retener sus escaños, para afianzar su poder y para seguir manipulando, defraudando, corrompiendo y malversando los haberes públicos, es mejor que se vayan a sus casas a ejercer sus profesiones --si es que las tienen-- y dejar el «campo libre» para que ciudadanos más honrados e inteligentes conduzcan al país por mejores senderos de los que ellos los han conducido hasta ahora.

Nunca habíamos creído que el ejercicio democrático fuera este «mercadeo» de ofertas, demandas, rebajas y cambios de votos de los electos para ser nuestros legisladores; a cambio de sillones, sueldos, prebendas y jubilaciones vitalicias al cabo de cuatro años de sometimiento a la servidumbre de un Jefe --sea Presidente o Secretario General-- o de apoyar desde el poder, los deseos e intereses de los banqueros, empresarios, inversores y especuladores; que, además, suelen ofrecer cargos y sillones en otros Consejos de Administración con retribuciones golosísimas y fáciles de ocultar al Fisco, a cambio de «favores» y servicios públicos convertidos en negocios privados.

Tampoco habíamos sospechado con anterioridad la veracidad del viejo axioma de que «El poder corrompe, y si es por mayoría absoluta, corrompe absolutamente», que tanto se repetía en los círculos políticos de la Transición; pero que ahora se ha demostrado sobradamente cierto, con la multiplicación de «tramas», imputaciones, procesos judiciales, condenas y fraudes, nacidos y desarrollados como hongos fétidos en un lodazal.

Por lo que se va viendo, y por lo que los españoles nos sentimos engañados, burlados y defraudados por la «clase política», es porque ésta se compone, sobre todo, de oportunistas dispuestos a vender sus ideales, sus promesas electorales y sus convicciones sociales por «un puñado de votos», si fuera necesario; con tal de conseguir recompensas y remuneraciones que con su trabajo habitual nunca podrían.

El antiguo orgullo español, que tanto citan y enarbolan los mismos militantes de los partidos nacionalistas de derechas; los «conservadores» y tradicionalistas --de corte ultracatólico-- se está desmoronando y pudriendo, a los pies mismos de quienes le proclaman y defienden.

También el nacionalismo hispánico se vende por un puñado de votos; tanto para conseguir la Presidencia de las Cortes, como la del Gobierno.

Se avecinan, si no lo remediamos, otros cuatro años de «mordidas», de desbarajustes presupuestarios en obras y servicios escamoteados para repartirse porcentajes ocultos. De cajas «B» y de «sobres negros», combinados con «recortes», desahucios y contratos basura. Otros cuatro años tomando por tontos a los incautos españoles. H