El hijo de Eustaquio el ebanista y de Francisca nació en la calle Fuente Nueva y le pusieron por nombre Eustaquio, Eustaquio Blanco Rosado. Eran 9 hermanos: él y su mellizo Félix, Paco, Juana, Pepe, Aquilino, Josefa, Guadalupe- Pupe y Pitusa. Le dio clase don José Díaz en la Escuela de Maestría de Cánovas. Luego se fue al Padu, que estaba en la parte antigua, en la casa de la duquesa de Valencia, con don Aurelio y doña Isabel, que era la maestra principal.

Sus amigos eran Manolo, los Caso, Juanito... Después estuvo en El Brocense de la Preciosa Sangre, con don Tristancho, don Agustín El Mona, don Abilio, don Fernando Valhondo y el gran don Pablo Naranjo. Hizo el bachiller hasta 4º y Reválida y de ahí, y para siempre, a la hostelería: su gran pasión.

Pero vayamos por partes. A Eustaquio el ebanista le cogió la guerra y eran tiempos difíciles. Su mujer, Francisca, era muy emprendedora, una experta cocinera que comenzó haciendo tapas en la calle Fuente Nueva. Muy pronto el matrimonio decidió montar un bar en el Arco de la Estrella al que llamaron Eustaquio. De ahí se trasladaron a Roso de Luna. Francisca guisaba y al restaurante acudían muchos huéspedes que paraban en La Posada de Camino Llano, que la llevaba Márquez.

Allí estuvieron un año hasta que se fueron a San Juan, que era un sitio más céntrico. Padres e hijos (bueno, y Rosa, que ha estado con ellos toda la vida) ayudaron a levantar un negocio al que llamarían El Figón, El Figón de Eustaquio. La palabra figón significa literalmente casa donde se guisan y venden alimentos, es decir, que es la categoría inferior de un establecimiento hostelero y, en definitiva, el de matrícula más baja.

El Figón era, pues, una casa de comidas situada junto al restaurante de Villarroel, que enseñó a cantar a Porrina y que se hizo famoso por sus fiestas flamencas.

El negocio fue a más: la familia tenía una pensión donde está Mostazo y también regentaba El Patio, un salón de bodas, conocido por sus bailes, que estaba en la calle Hornos. Años más tarde, los Sánchez de la Rosa hicieron un salón grande de bodas en los bajos de su chalet de Cánovas que no llegaron a explotar (tenían hasta el menaje de sala comprado) porque don Andrés Sánchez murió, entonces su hermano Clemente se lo vendió a los Blanco. A partir de entonces todo Cáceres querría casarse en La Rosa.

Años antes establecimientos como Jamec tenían que traer cocineros de fuera cuando organizaban grandes acontecimientos, así que los hermanos convencieron a Eustaquio Blanco Rosado para que se fuera a estudiar a Madrid en unos años en los que la madre de la familia ya padecía cataratas y no podía cocinar. Eustaquio hijo entró en la Escuela Superior de Hostelería y Turismo, que está en la Casa de Campo.

Eustaquio conoció a Mariángeles Cava en Cánovas. Los presentó Nieves, una amiga. Se casaron en San Juan. Han tenido 4 hijas (Nerea, Yolanda, Trini y Laura) y cinco nietos. La ilusión de Eustaquio era abrir un restaurante y hace 3 años nació Eustaquio Blanco en avenida Ruta de la Plata. Lo llevan sus hijas, que el martes le hicieron una fiesta sorpresa coincidiendo con el tercer aniversario del negocio.

Acudieron los hermanos de Eustaquio, su familia, sus amigos, bueno y hasta el expresidente Ibarra. Eustaquio se emocionó al ver a profesores y compañeros de promoción de la escuela: Leonardo, María, María Antonia, Eloísa, Cabrera, José María Centeno... Le regalaron un cuadro con el lema de esa escuela: Vale quien sirve . Y Eustaquio, que lleva 60 años en el mundo de la cocina, vale hasta para decir tacos, porque en su voz ni siquiera la palabra cojones suena a taco, suena a pura delicatessen.

¿Dónde se ha metido?

Cáceres, de blanco y oro da nombre a la exposición fotográfica que la Asociación de Reporteros Gráficos y Enfoca (Francis Villegas y Luis Cid) han montado en el Palacio de las Cigüeñas para recordar la nevada del 10 de enero. Fueron Carmen Heras, María José Casado, Fernández Rincón, Luis Acha... ¿Y Elena Nevado, ¡¡dónde está!!? La respuesta llega veloz de manos de JavierSevillaquesiguesiendounamaravilla: "Se la ha invitado, pero no ha venido", zanja.

Entonces, todos los cimientos del catovismo se tambalean porque Miss Peperío Bonito no ha acudido a esta muestra que tanto honor hace a su apellido: Cáceres Nevado. Todos la buscan y nadie la encuentra. ¿Qué habrá sido de ella? Y alguien responde: "¡Es que está preparando el congreso de Nuevasssss!". Uuufff, respiramos tranquilos.

Clash Room es el salón de peluquería que Carlos Jordán ha abierto en la calle Parras. La inauguración del jueves fue una pasada. Se trata de un proyecto que Carlos ha iniciado con Oscar Díaz Correas y al que se une Sara Mediavilla. El salón, precioso: espejos con fashion tv, decoración minimalista y ante todo la amabilidad y el cariño que Carlos pone en todo lo que hace.

Carlos, hijo de Alfonso Jordán, director comercial de Progemisa, empezó a estudiar con 17 años en la academia de Carlos Tello y luego ha estado en salones de alto standing de Madrid y Barcelona: Llongueras, Rizos... Ahora vuelve a su tierra para desarrollar su proyecto más personal.

Clash Room es ya la peluquería de moda y su apertura fue, sin duda, el sarao de la semana. Estaban Marichy Trancón, Virginia Rubio, Diosela (¡qué ojazos!), los hermanos de Carlos: Enrique y Gemma, sus padres, Iván, Víctor Cabello, durante años diseñador de Mango, y muchos más.

En La Machacona la editorial Rumor Visual presenta Trece , el libro de Ana, Javier, María, Victoria, Miguel, Nuria, Alonso, Manuel, Patxidifuso, Santi, Valentín, Rafa y Carlos. De todos sus poemas, hay uno de Carlos Ortiz que nos flipa. Dice así: Tal vez hubo un tiempo, luminoso y eterno, que nos enseñó lo que somos hoy, dos náufragos abrazados a la idea de seguir queriéndose ".

El verso nos recuerda mucho a Enredados , la exposición de María Jesús Manzanares en la Sala El Brocense, que habla precisamente de lo efímero del amor.

Bar Room abre en la calle Cruz (antiguos Belle Epoque y Sonso) y de vuelta a casa, en el frigorífico, los bombones que la periodista Angeles Luaces trajo de Bruselas. Al abrir la boca, todos los michelines se alían contra el chocolate. Entonces una voz sale del congelador y grita: "¡Qué cojones, cómetelos, son pura delicatessen!".