Si se ha hecho un miniwomad para que viniera poco público, la verdad es que el tiro ha salido por la culata: el gentío que ha tomado la ciudad feliz desde la tarde del jueves es de los que no se recuerdan. Ese día por la noche, estaba la plaza llena, las multitudes ocupaban la parte antigua, la masa se desplazaba hacia Santiago y aún seguían bajando riadas de womeros por San Antón, San Pedro y Pintores.

Han sido dos días sin sitio en las terrazas. El hielo se acababa en los bares. San Juan estaba de bote en bote, ocupado por quienes no gustan mucho del Womad, pero sí del ambiente callejero. El restaurante Figón estaba casi repleto el jueves a las 22 horas. Y todo así: colas para pagar, para pedir, para mear, para hacerse con un bocata...

Dispensa ´womera´

El Womad fue siempre una fiesta cuya esencia consistía en beber en las calles del viejo Cáceres escuchando buena música en directo, charlando con los colegas, reencontrándose con los amigos y bailando si se terciaba. La vuelta a las raíces ha significado retornar a estas esencias, pero con un matiz: ahora está prohibido beber en la calle y la dispensa womera favorece que se saboreen más las copas y las cervezas.

La fiesta ha tenido tres ambiente muy definidos. En la parte baja de la plaza Mayor, había jóvenes y macrobotellón. En la zona cercana al escenario, se mezclaban edades y condiciones. Y después estaban los espacios pureta , es decir, los lugares donde se concentraban los mayores de 40 con buen rollito.

Hay que empezar diciendo que este Womad ha sido el más intergeneracional de los últimos años. Observando los conciertos de San Jorge desde las escaleras de la Preciosa Sangre, se constataba que abajo había más puretas que veinteañeros. Lo mismo sucedía en la cuesta que sube de la plaza al arco de la Estrella.

Aunque la sorpresa agradable de este festival ha sido el acercamiento a los conciertos de grupos de señoras de toda la vida , de respetables matrimonios setentones a quienes nunca se había visto en la juerga womera , pero que esta vez sí que han disfrutado de la fiesta gracias a los conciertos tranquilos del Gran Teatro: al anochecer, la sala se llenaba de womeros seniors . No han tenido el mismo éxito las actividades en el museo Pedrilla.

El festival ha recuperado también las banderas de las primeras ediciones y los aires reivindicativos de antaño: te entregaban panfletos donde se convocaba a una manifestación en Madrid, en defensa de la asignatura de Música, o a una timbalada hoy sábado en San Jorge protestando porque: "Nos quitaron el botellón, nos quitaron San Jorge, ¿nos quitarán el Womad?".

Había varias mesas recogiendo firmas contra la refinería y una divertida pancarta muy alusiva: "2016 días de Womad". Por lo demás, se veían muchos policías grandotes llegados de Sevilla que parecían tomarse el servicio como unas minivacaciones. La plaza de San Jorge se había hecho accesible gracias a la instalación de unas rampas. Funcionaban muchas cabinas-letrina y se notaba el eficacísimo trabajo de los chicos de Conyser.

Arrojaban una octavilla al suelo y allí estaban unas manos enguantadas para recogerla. Que una litrona rodaba sin dueño, pues un operario se agachaba y la retiraba. Y todo así. Lo que demuestra que no hay que prohibir, sino simplemente organizar y prevenir y eso parece haberse conseguido.

El Womad ha sido un éxito inenarrable de público, ha vuelto a situar la ciudad feliz en el mapa de las capitales divertidas y ha demostrado que en Cáceres no sólo viven ultraconservadores rancios, aburridos y carpetovetónicos, sino también puretas marchosos y mayores enrollados capaces de mover los pies en el Gran Teatro al ritmo comprometido y espiritual de un senegalés llamado Laye Sow del que no habían oído hablar en su vida.