Nos adentramos en la plaza de San Jorge, uno de los espacios emblemáticos de Cáceres que, paradójicamente, fue inventado en el siglo XX. La plaza debió aparecer en el siglo XVIII, cuando se reordenó todo este espacio urbano para construir la iglesia y convento de San Francisco Javier, pero fue bajo el gobierno de Alfonso Díaz de Bustamante cuando se ideó la reforma de este espacio.

Aquí, como recuerdan quienes tienen cierta edad, había un desnivel y una fuente, pero se ideó esta escenografía teatral, con escalera de doble desarrollo a la imperial (que resalta la altura de la iglesia) y espacios comerciales turísticos a la izquierda del espectador, todo en cantería y mampostería, en el más puro estilo conservacionista bustamantino. En el centro de la hornacina se situó un san Jorge de José Rodríguez.

Diremos que estuvimos a punto de tener en su lugar una imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre que Alvaro Cavestany había visto en un anticuario. La estatua que da nombre a la plaza representa al patrón de la ciudad, san Jorge Megalomártir , en cuya festividad del 23 de abril de 1229 se reconquistó la ciudad, aunque algún autor apunte a que la reconquista fue el 24 de junio de 1227 y esa fuera la fecha de promulgación del fuero, pero ese debate nos sobrepasa aquí y ahora. La representación es una de las iconografías más habituales, a caballo alanceando al dragón del que defendió a la Ppincesa Alejandra y consiguió su conversión.

Símbolo de un maniqueísmo precristiano, la autenticidad de san Jorge se puso en tela de juicio en el Concilio Vaticano II. Llama, en cualquier caso, la atención la escasa o nula devoción que se tiene a san Jorge. En casi ocho siglos de patronazgo no se le ha levantado ni una mala iglesia y somos muy pocos los cacereños que nos encomendamos a él, tal vez por eso nos hace caso, porque hay otros santos más populares que tienen mucho más trabajo.

Puro teatro, decorado ficticio, recreación inexistente, pero el resultado es agradable y los cacereños se han identificado con él pese a la modernidad del mismo. Su autor, José Manuel González Valcárcel, arquitecto municipal, autor de lo que hoy conocemos como parte antigua, que dio esa pátina historicista que posee. Los cacereños aplaudieron sus ideas y muchos de los que defienden --hoy en día-- ciertos tipos de rehabilitación no hacen más que seguir teorías que ya por entonces estaban pasadas de moda, pero que una administración conservadora (en todos los sentidos) aplaudió y fomentó. No todo, por supuesto, fue negativo, pero me reitero en que cada época debe dejar su propia huella sobre las ciudades y no recrear pretéritos imaginados.

Los Becerra

A la derecha de la plaza se alza la casa de los Becerra, levantada a finales del XV por frey García Becerra, comendador de la Orden de Malta (enterrado en un delicioso sepulcro en Santa María entre la puerta de la antigua sacristía y la capilla del sagrario), hijo de Gonzalo de Becerra y de Mayor García de Paredes. El primer Becerra que se conoce en Cáceres fue Lorenzo Pérez Becerra, a comienzo del XV y la lista de personajes ilustres de esta familia llega casi a nuestros días, con Gómez Becerra, en el XIX, pero es en el siglo XV donde con mayor esplendor brillan: Diego Becerra, que es el progenitor de los Becerra de Mérida y que murió en la batalla de la Ajarquía en 1483, cuando luchaba junto a Alonso de Cárdenas; Fernando Becerra, que combatió con Juan II, los dos Fernandos Becerra, Gonzalo Becerra, nombres para siempre ligados a las órdenes de caballería.

La fachada es pesada, con escasos vanos que acentúan su carácter de casa fuerte. Amplia portada de medio punto con dovelas, ventanal central con columnas ricamente labradas en basa y capitel, sobre ella, flanqueada de dos espectaculares escudos con cuartelados de Becerra, Paredes, Ribera y Orellana, timbrados con yelmo y cimera de león y acolados sobre estandartes que resaltan la dignidad de Comendador de Malta. El patio interior es hermoso, a dos alturas, arquitrabado. De los marqueses de Monroy pasó a los marqueses de Torres Cabrera, y de éstos a los Muñoz, hasta que fue adquirida por Mercedes Calle y Carlos Ballestero, quienes instituyeron la creación de una fundación que está llevando a cabo la restauración del edificio, con parámetros conservacionistas, y que tendrá aquí su sede.

Antes de continuar les invito a que se acerquen a la escalinata y, a la derecha del santo, vean un clípeo de bronce que representa a Rubén Darío, en un homenaje que hace ya algunos años organizó Pepe Higuero. Hoy por fin está visible (después de la lata que ha dado quien esto escribe), tras haber quedado durante años oculto por el crecimiento del árbol. Rubén fue uno de los mitos de mi adolescencia y lo sigue siendo. Cada vez que voy con tiempo por San Jorge, me detengo y sin dudarlo recito: Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo...