Ojos que miran con recelo detrás de una mirilla, labios que pronuncian palabras de desconfianza a través del hilo telefónico y cerebros cargados de preguntas que hace años se quedaron sin respuestas. Las víctimas cacereñas de la amenaza terrorista explican para EL PERIODICO EXTREMADURA cómo es la vida después de ETA: familias rotas, hijos que crecieron a la sombra del recuerdo de una fotografía y la lucha infatigable para que se haga justicia son las claves de un drama personal que afecta a más de una decena de personas en la provincia.

La labor que desarrolla la Asociación Víctimas del Terrorismo, a través de su delegación en Badajoz, ha permitido que desde 1992 los afectados tengan asistencia psicológica gratuita, becas para sus hijos o menos inconvenientes con la administración para resolver sus expedientes.

Manuela Orantos, presidenta del colectivo en Extremadura, clama por el cumplimiento íntegro de las penas para los etarras porque, a su juicio, "les sale muy barato matar". Orantos relata el duro camino atravesado por la asociación desde su nacimiento --en el ámbito nacional-- en 1981. "Antes los enterraban casi a escondidas, ahora, al menos, hay manifestaciones", dice la presidenta, que perdió a su marido guardia civil en 1980. Precisamente, la asociación apela a la conciencia ciudadana para acudir a manifestaciones y hace un llamamiento a las víctimas para que afronten su situación "con la cabeza muy alta" y sin perder nunca la esperanza.

NOMBRES Y APELLIDOS

El terror sembrado por la banda terrorista tiene también en Cáceres nombres y apellidos, como los de José Clemente, Juan José Cortijo, Ascensión Corrales Mayoral, Juan Pedro Frías, Jesús García, Amalia García, Antonio González, José María González, Manuel Gutiérrez, Francisco González, Isabel Martín, Daniela Méndez... todos salpicados por las balas de la sinrazón. Cinco de ellos han querido hoy volver a recordar el día en que ETA cercenó su libertad.