Puesto que dentro de un par de meses hay un puente, comienzas a planificar un viaje a Mallorca. Sugerencia de tu esposa, naturalmente. Visitas a diversas agencias, lectura de folletos inescrutables y cuando estás hecho un lío de precios te dice la madre de sus hijos: "No podemos ir porque han dicho mis hijos que vienen ese fin de semana". ¿Acaso no merece la pena suspender el placentero viaje para recibir como se merecen a los hijos de tu esposa?

Tres días antes del acontecimiento se te ve en carnicerías, pescaderías y fruterías. Tu esposa se pasa horas y horas haciendo comidas. Llega el día en que han anunciado su llegada y renuncias a jugar la partida con los amigotes pues arribarán a las 5. Tiempo perdido porque llegan a las 8. Buena hora para charlar y enterarte de su vida. Les das un beso. El segundo no porque ya tienen el teléfono en la oreja para citarse con los amigos. "Me voy a tomar algo". Bueno, a la hora de cenar.

A las once de la noche llaman: "No nos esperéis para cenar que nos hemos liado y llegaremos tarde". Mañana será otro día. Es sábado y decides no salir por si se levantan. En efecto, se levantan a la hora de comer.

Cansados, somnolientos, resacosos. ¿Quién se atreve a entablar una conversación con seres tan desvalidos?. Esperas a que se despierten de la siesta ante el televisor y: "Me voy. He quedado con la panda". Hasta el domingo a la hora de comer no vuelves a verlos. Poco porque regresan a su casita. A los pocos días te encuentras con un amigo y te dice: "He visto a tus hijos". Haces alarde de tu fino sarcasmo: "¿Y qué tal les va?". ¡Qué alegría volver a estar todos juntitos un fin de semana!. Porque al menos han venido. Peor hubiera sido que cancelaran la visita el día antes para irse a una casa rural en los Pirineos.