Cuando alguien de tan solo 46 años, que irradia vida, talento y juventud se marcha hay pocas cosas que te den consuelo. Pasa siempre que las iglesias durante los funerales son lugares fríos y cargados de lágrimas, un ritual en forma de caja de madera y algunos ramos de flores envueltos en papel celofán que tiene poco de humano por mucha normalidad que de forma infructuosa tratemos de darle a la muerte. Ayer pasó algo parecido en el último adiós que Extremadura le dio a Fulgen Valares. La capilla del tanatorio San Pedro de Alcántara se llenó de gente del teatro y de la cultura que en silencio acompañó a los padres del escritor y dramaturgo, que hacía 15 días había sufrido un paro cardíaco irreversible.

Qué pocas palabras de entendimiento podemos encontrar para describir esta ausencia. Nos queda, eso sí, la humanidad y sensibilidad que el obispo, Francisco Cerro, que presidió la misa funeral, demostró en una homilía en la que definió la pérdida de «inesperada y dolorosa» y que no pudo tener mejores palabras para definir a Fulgen: «entregado a la sociedad, sencillo, cercano, bueno y muy discreto».

Precisamente, horas antes, la Junta de Extremadura lamentó profundamente a través de un comunicado oficial el fallecimiento de Valares, hombre de teatro natural de San Sebastián pero con raíces familiares en Miajadas, un reconocido dramaturgo que estudió dirección teatral en la Escuela Superior de Arte Dramático en Cáceres. El gobierno regional indicó que con «su fallecimiento, Extremadura pierde a uno de sus dramaturgos más prometedores y uno de los protagonistas más reconocidos y queridos de las artes escénicas regionales de los últimos años». Así es, por eso Fulgen Valares estará en nuestro corazón. Por eso y porque, como ayer dijo el obispo a modo de bello epitafio, «a quien has amado nunca le dejarás morir».