Al humorista y actor cacereño Chemi Moreno acostumbramos a verlo con sus monólogos en los que despliega su innata capacidad para provocar la risa, también en series de televisión y en el cine. Asegura que vive un momento espléndido que comparte en esta entrevista.

-¿En qué etapa profesional se encuentra?

-En la plenitud artística. La madurez ayuda a que uno haga las cosas con más poso, con más naturalidad sobre todo.

-Es decir, es una carrera del aprendizaje.

-Por supuesto. El cuerpo de un actor es un almacén de vivencias y de emociones, de situaciones. El actor no toca nunca techo.

-Pasó por la serie de televisión ‘Estoy vivo’.

-Estuve en la primera y segunda temporada. Tampoco descarto aparecer en la tercera. Guardo grandes recuerdos de mi personaje, ‘El Pollo’. Cada vez que hago una serie y me subo a un escenario mi objetivo es darlo todo, que es lo que me ha funcionado estos 12 años que llevo de cómico. Y no voy a cambiar. La única premisa que me marco siempre es: ‘Hoy lo voy a hacer mejor que ayer’. O al menos intentarlo.

-Tiene esas dos vertientes, el Chemi Moreno actor y el humorísta. ¿Dónde se siente más cómodo, o usted se adapta a cualquier terreno como un caminante sin asfalto, se podría decir?

-En mi caso, estas dos facetas son paralelas porque requieren técnicas diferentes. ¿Dónde me veo más cómodo? Pues es que me fascinan las dos cosas.

.¿En el humor la inspiración se puede crear como un vómito?

-Tiene que estar muy medida. El cómico en directo requiere mucho trabajo previo, de guión, de intención sobre todo. Un cómico que protagoniza un monólogo, lo que tiene que hacer ver al público es que parezca que se lo está inventando en el momento.

-Lo que se llama improvisación.

-Que parezca, pero no es real. Los textos de lo que llamamos la stand-up comedy (la comedia en vivo, un tío contando chistes y la gente riendo, lo que es la tradición norteamericana y anglosajona que comienza a finales del siglo XIX) están escritos previamente, están probados por el monologuista. Le decimos al público, a través de muchas técnicas, dónde se tiene que reír.

-Pero el papel de la improvisación también funciona.

-Sí. Al estar en directo también se interactúa con el público. Hay que tener mucha psicología. Un cómico no puede ser desagradable, aunque yo parto de la base de que mi personaje tiene un toque sinvergonzón, y ahí juego con el espectador, me permito licencias que otros no pueden, porque tengo esa convención.

-Y una pregunta que está muy de moda ahora...

-Los límites del humor, los límites del humor (carcajadas al adivinar la pregunta obvia).

-Efectivamente.

-Me los paso por el forro. Si el chiste es bueno, traspasa los límites. Si quieres hacer humor negro, me parece muy bien, pero el chiste tiene que ser muy bueno. Cuando tú te caes y alguien se ríe, te duele. Pero si se genera una convención de que no pasa nada si te caes porque nos reímos luego, pues no pasa nada. Hay chistes que son muy ofensivos, pero porque no son buenos. Si el chiste es bueno y se ríe el ofendido, los límites los marca el ofendido, no el ofensor. Un cómico no hace chistes para ofender, hace chistes para hacer reír. Lo que pasa es que hay cómicos muy oportunistas, que necesitan liarla muy gorda para adquirir notoriedad. Eso se lleva mucho ahora, el ‘cómico heiter’, que dé golpes.

-¿Ese perfil podría ser el de Ignatius Farray?

-No. Ignatius es muy inteligente. No tiene humor negro realmente, es un bufón, es un hombre que gesticula mucho. Se fue muy joven a Inglaterra, se ha criado allí como cómico. Viene aquí y se encuentra con un oficio que no existe, y lo crea él. Es muy estrambótico. Utiliza lo que hace Leo Bassi: que es un provocador, un rapsoda, tiene más de gurú que de cómico. Pues Ignatius toca esos límites, pero cuando toca un tema delicado le puedo asegurar que lo ha estudiado a tal nivel que no lo vas a coger por ningún lado. Es como pensar que Santiago Segura no es avispado porque lo identificas como Torrente, pero es que hay que ser muy listo para hacer reír haciendo de Torrente, que es un ser despreciable, es como Homer Simpson.

-¿Y qué papel juega en un cómico el lenguaje no verbal?

-El 90%. Lo primero que el espectador ve cuando sales al escenario es tu cuerpo. Muchos cómicos no están en eso, pero para mí es primordial la actitud corporal, porque ya estás dando una información; la gente ve un arquetipo. Si estás hablando de algo que tiene que ver con la arrogancia, por ejemplo, tu cuerpo se va a abrir. Y es la base. Una mala actitud corporal hace que el chiste no sea tan bueno. El ‘eslastic’, el trabajo gestual en la comedia, es un recurso que en España no está explotado. Y eso forma parte de la comedia, que es el arte de hacer reír.

-¿Cómo se hizo actor?

-Cuando tenía 11 años y el 11 de febrero del 91 vi a Ángel Garó en el ‘Un, dos, tres’, me cambió la vida literalmente, porque desde entonces fue obsesivo. Cogía a ese hombre, lo grababa y lo imitaba. Hice hasta un show en el colegio. Entonces me di cuenta de que era un buen imitador. Me fui a Madrid porque quería ser cantante. Fui a una escuela de teatro musical para apuntarme a canto. Lo que pasa que vi que estaban actuando en una clase y de pronto me dio la sensación de que lo que aquellos chicos estaban haciendo me gustaba. Me apunté, entré en el teatro y me atrapó. Allí estuve dos años y luego aprobé la licenciatura en Arte Dramático en la Resad.

-Habla de la música, ¿la introduce en sus actuaciones?

-Sí; canto hasta ópera y flamenco en mis monólogos. Un cómico tiene que sorprender. Hay que utlizar todo lo que tenemos: el cuerpo, la voz, la mente, la luz y, sobre todo, escuchar al público. Por eso es tan bonita la comedia.

-¿De qué hablan sus monólogos?

-De mí, sobre todo.

-¿Autobiográficos?

-Hay chistes que son literales. Lo que intento es que sean graciosos. Una gilipollez muy bien tirada puede ser muy graciosa.

-¿Hay veces que piensa que algo va a ser muy gracioso y después en el directo no se ríe nadie?

-Hay unos espectáculos que se llaman open mics, en los que los cómicos van a probar, vas con tus nuevos textos, vas probando esos chistes nuevos y vas viendo si funcionan. Los mejores chistes son aquellos en los que sintetizas todo. Puedes tardar años en darte cuenta de que para que un chiste sea bueno tienes que quitarle las cuatro palabras que tenía de más.

-¿La política se utiliza mucho en sus monólogos?

-La comedia política que hago es muy agresiva, es ofensiva para el político, falto el respeto queriendo a los políticos o al Rey.

-Pero en política o se es del Betis o del Sevilla.

-Le doy a todos. Lo mismo le doy a Errejón, que a Abascal. No tengo reparo. Aquí hay gente que solo se mete con los fachas, que a mí me parece muy bien, si yo no los soporto, pero también le doy a Pablo Iglesias o a Echenique, ¿por qué no?, si están ahí, son personajes públicos y se pueden satirizar.

-¿Qué importancia tienen para usted las redes sociales?

-Como persona no me gustan pero como artista las necesito porque todo se mide en seguidores; el éxito ya se mide en follovers, esto se nos ha ido de las manos. Es que se están dando casos en que no te admiten en un casting si no tienes un determinado número de ellos.

-¿Ya no se mide por talento?

-Se dan casos.

-¿Pero sin antes haberte valorado, solo por los seguidores?

-Eso está pasando. Y es lógico, porque estamos en esa sociedad donde lo importante es dónde estés posicionado. Pero los followers se consiguen trabajando. No tengo followers comprados porque me parece una idiotez. Mi trabajo lo muestro en el escenario, no en Instagram.

-¿Qué es Cáceres para usted?

-Lo es todo porque aquí nací. Es algo más que una ciudad, es el rincón donde encuentro la paz y me siento identificado. Me gusta la Virgen de la Montaña, San Jorge, me gusta hasta la tuna cantando El Redoble. Todo lo que huele a Cáceres me vuelve loco.

-¿Desde fuera cómo la ve?

-La gente ya usa GPS y en el GPS viene Cáceres. Quien no sea capaz de situar a Cáceres en el mapa es muy inculto.

-¿Y usted hace monólogos sobre la situación del tren?

-Me dice mi madre: «Ahora que sales en la tele puedes ir a Supervivientes. Y le contesto: Mamá, no me hace falta, tú coges a diez famosos, los subes en un tren Cáceres-Madrid y el último que muera, gana».