Su nariz es el mejor rastro de lo mucho que ha debido sufrir Atia Abdelkader desde que entró en España por Ceuta a los 17 años. Pasó cuatro entre las cárceles de El Puerto de Santa María y Cáceres por un robo y ahora espera que sus antecedentes penales prescriban para poder regularizar su situación. Así lleva casi cinco años.

Habla deprisa con un perfecto castellano pero con la ansiedad de demostrar su voluntad de recuperar el tiempo perdido. Desde que está en la calle ha trabajado en lo que ha podido. Venta ambulante o hostelería forman parte de su inestable vida laboral en la ciudad. "Siento que estoy mal porque no tengo papeles. Me los han denegado ya cinco veces", asegura Atia, que insiste en que "le han tratado peor que a un animal" por no tenerlos.

Este camino de espinas le ha puesto al borde de la tentación de volver a Argelia, pero su orgullo se lo ha quitado de la cabeza.

"No quiero bajar a mi país con coches ni lujos. Sólo quiero tener mis papeles para sentirme como una persona", asegura.

Entonces explica sin tapujos que hay mafias que cobran hasta 5.000 euros por conseguirlos, aunque se niega a aceptar esa opción que, asegura, se puede lograr con sólo marcar un teléfono. "Llevo diez años aquí y tengo la esperanza de que se haga justicia", dice, mientras vuelve a arrepentirse del error que le llevó a la cárcel.

Atia afirma también que ha logrado hacer amigos en Cáceres. De uno de ellos espera la oportunidad para trabajar en un bar y poder tener un empleo estable. Su historia está hecha de dureza, la que le he enseñado que al otro del mar no existe el paraíso con el que un día soñó.