Un antiguo proverbio universitario, que está alcanzando en estos tiempos la categoría de axioma, aseguraba: «Lo que la naturaleza no da, la Universidad no puede otorgarlo». Por más que estas Universidades se llamen: Juan Carlos I, Cardenal Cisneros, Complutense o Harvard- con sede en Aravaca - y tengan el carácter de ‘públicas’. Repartiendo notables y sobresalientes ‘a gogó’ entre presidentas, diputados o subsecretarios y asesores del PP; ‘regalando’ carreras de Derecho en cuatro meses y otorgando masters y hasta doctorados a ilustres y eruditos ‘alumnos’, sin asistir a los cursos ni redactar los trabajos preceptivos.

Hace solo un par de años - en julio de 2016 - publique también otra Tribuna con este mismo registro, en la que lamentaba la situación en la que había quedado la enseñanza - especialmente la enseñanza universitaria - después de las remodelaciones que había efectuado el entonces dimitido Ministro de Educación y Cultura en su denostada LOMCE; que tantos deterioros ocasionó en todos los ámbitos culturales o educacionales en los que tuvo la desgracia de ‘meter mano’. Por eso seguramente sería entonces premiado con un destino de oro en París, para que siguiera demostrando ante el mundo el nivel intelectual de los ‘ultras’ hispanos, elevados a la categoría de jerarcas políticos.

De aquellos barros vienen estos lodos pegajosos y malolientes, que hoy pisamos hasta en los paraninfos de las Universidades.

Cuando escucho los ‘fechos’ y ‘fazañas’ de fraude y falsificación, llevadas a cabo en los sotabancos de estas Universidades madrileñas, para favorecer a un ‘personaje’ casi de zarzuela; siento una angustia muy amarga; pues ya no se trata de que ‘haya en el cesto una manzana podrida’; sino que todo el cesto está corrompido y su degradación llega hasta el ‘Alma Mater’. La ‘quinta esencia’ de lo que debe ser la ciencia, la verdad y la honestidad del ser humano.

Mirando los símbolos y alegorías que adornan la orla de mi promoción universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Salamanca, con la fachada plateresca del Patio de Escuelas, el busto de don Miguel de Unamuno - inigualable Rector de aquella Docta Casa - y con las fotos de sus notables y admirables catedráticos; los que de verdad impartieron clases y confirieron notas auténticas; encabezando las de mis compañeros de promoción; siento una enorme nostalgia porque todos aquellos valores, saberes y virtudes se hayan corrompido a causa de personajes como los que ahora salen en las noticias, cargados de mediocridad, deshonestidad y mendacidad, para intentar alcanzar lo que nunca han debido conseguir.

Ya entonces, cualquier licenciatura conllevaba un nivel de conocimientos más que suficiente como para figurar en nuestros currículos y en las paredes de nuestros despachos de médicos, profesores, abogados, arquitectos o ingenieros. Demostrando, con su presencia, la calidad de nuestras profesiones.

Igualmente, en aquellos tiempos, los estudios universitarios estaban destinados a los estudiantes mejor dispuestos para el trabajo, para el estudio o para la investigación; sin reserva ninguna para los privilegiados por razones de dinero o de cargo político; pues las becas y ayudas se concedían con largueza y justicia. Aunque - como ocurre con todas las reglas - las excepciones confirmaran el precepto.

En estos dislocados tiempos, parece que lo que la naturaleza no ha concedido, lo suelen compensar con masters y carreras de cuatro meses, ciertos profesores de ‘moral distraída’, que en vez de ‘repartir ciencia’, prefieren recaudar dineros de ciertos deshonestos políticos conservadores. Remachando la decadencia y la corrupción en las que están enterrando a todo el país.