Rafael Andrada Pozo nació en la calle Maltravieso, que estaba donde hoy está el bar Potosí, vamos, en Isabel de Moctezuma. En Cáceres, todos llaman Rafa a Rafael. Su padre, Fernando, era calero y trabajaba como encargado en los hornos de la cal que había en el camino de Maltravieso. El de su padre era un empleo durísimo: nada menos que tres días de cocción pendiente de aquellos hornos día y noche y con solo tres horas de descanso. Su madre, Petra, era ama de casa. Eran 11 hermanos, de ellos viven siete.

Los amigos de Rafa eran los hermanos de los dueños de Frigo: Luis, Manolo, Pepe, Carmen... A veces hacían de rabiar a Antonio, otro amigo, y Antonio los corría con una vara. Los hacía correr desde el Marco hasta la Montaña y, claro, acababan fundidos con tanta carrera.

También tenía mucha amistad con una familia que vino de Brozas, el padre se llamaba Fidel y los hijos son los que llevan los bares de La Giraldilla: Fidel, Lauri, Miguel, Toñi...

Rafa estudió en Las Normales. Allí le dieron clase don Juan, don Boni, don Celestino el de las patillas, que era muy exigente y daba 5º, don Isaías... En el cole, abajo, estaban los comedores; en la segunda planta estaba hasta 6º, y en una planta más arriba daban clase los de los cursos mayores. Se sentaban en pupitres de madera corridos con seis asientos y había patio y campo de fútbol.

Pero Rafa duró poco en el colegio porque en casa eran muchas bocas que mantener y había que trabajar. Su hermano Manolo era muy amigo de Jerónimo Naranjo, el dueño del quiosco Los Naranjos que estuvo primero en el Paseo de las Acacias (Virgen de Guadalupe). El quiosco estaba abajo del todo, muy cerquita del Banco de España. Entonces no existía La Madrila y no fue hasta años más tarde cuando una empresa de Bilbao empezó a hacer las primeras excavaciones.

Los Naranjos fue el primer quiosco de Cáceres que compró máquinas de pistolas para hacer churros. Como por allí estaban los sindicatos, había mucho funcionario, y el quiosco se llenaba, especialmente en el aperitivo. En verano instalaba una terraza muy grande, con 80 mesas, que llegaba casi al hotel Extremadura, muy cerca de la rotonda que iba a parar al cine Astoria.

Rafa entró en Los Naranjos de pinche. Allí había varios camareros: Rufino, Agapito, que era el más querido y trabajaba en este periódico, Claudio, hoy guardia civil, y Antonio, que trabajaba en la construcción. Los Naranjos siempre estaba muy concurrido: los empleados del Banco de España, los trabajadores de los dos ambulatorios, los talleres de mecánica, las tiendas de ropa... todos acudían al quiosco de Jerónimo en aquel Cáceres donde no existía el Múltiples porque allí había unos corralones en los que los de Obras Públicas guardaban las máquinas, además de un descampado en el que pastaban las vacas con las que luego se daba leche a los enfermos del hospital.

En Las Acacias solo había dos hoteles, el Extremadura y el Clavero (actual Alcántara que lo montó una empresa de Santander), pero eran más lujosos y no todo el mundo podía permitirse parar en ellos, así que como Los Naranjos era un sitio muy asequible siempre se llenaba.

Cuando tres años después de su apertura, el ayuntamiento decidió arreglar el Paseo de las Acacias, Jerónimo trasladó su negocio al quiosco de la música de Cánovas, cerca de donde estaba el Metropol.

En Retales Manolo

La vida de Rafa cambió una tarde cuando Aquilino Blanco, el del Figón, encargó para un bautizo en La Rosa 800 churros a Jerónimo Naranjo. Llegó esa tarde Aquilino a Los Naranjos y preguntó por Jerónimo. "No está, estará echando la siesta", contestó Rafa. Aquilino, algo nervioso, replicó: "¡Ah, pues yo tengo encargados aquí 800 churros!". Rafa tranquilizándolo advirtió: "Me quedan solo dos pistolas". Aquilino, extrañado, preguntó: "Muchacho, ¿y tú solo has hecho los 800 churros?". "¿Y para qué quiero a nadie más?", replicó Rafa. "Pásate a verme cuando quieras, necesito un aprendiz", espetó Aquilino antes de marcharse.

Cuando la madre de Rafa le consiguió una chaqueta en Retales Manolo, Rafa pidió la cuenta al señor Jerónimo y entró en el Figón, el establecimiento donde trabajaría durante 18 años. Empezó reponiendo estanterías, embotellando vino de garrafa y pelando patatas y perdices. Tenía 13 años y no podía ponerse chaqueta porque era un aprendiz y, claro, no estaba asegurado.

A los 14 Rafa ya estrenó su chaqueta y su pajarita y, la verdad, ¡era la persona más feliz del mundo cuando bajaba por Cánovas!. De aprendiz había pasado a pinche de cocina. Y de ahí a ayudante, y de ahí a subcamarero hasta convertirse en el mejor montador de bodas del Figón, con Aquilino y su gran amigo, el inolvidable Eustaquio.

Rafa montó más bodas que pelos tenía en la cabeza: en el Patio de la calle Gallegos y en La Rosa de avenida de España. A veces 4 convites un mismo día. Hubo bodas muy numerosas, como las de los empleados de los Talleres Díaz, bueno, y los banquetes que daba don Manuel Leal, el cura de San Juan cuando llegaba su cumpleaños.

Eran años de trabajo. Rafa salía a la 1 del Figón, le pedía a Manolo Espada, el jefe de cocina, dos bocadillos de tortilla de patatas y escalope y se marchaba a La Rosa, a preparar las bodas del día siguiente.

Al volver de la mili su vida volvió a cambiar. Rafa quería instalar su propio negocio. Lo intentó en el Sumago, que estaba en Albatros, donde ahora está el Latino´s de Sergio Tercero, pero no le gustó.

Un día le dio por preguntar en el bar Coimbra, que estaba en la avenida de Alemania y que llevaban Antonio Suárez Hermoso y su mujer, Angelita. Alquiló el local, metió a Saturnina, su suegra, de cocinera, y cosechó un gran éxito. Frecuentaban su bar los de la oficina de Dragados, los profesores de la autoescuela de Antonio Suárez, el comercio los Bernales, el almacén de zapatos de los Morales...

Una tarde la suerte de Rafa volvió a cambiar. Hacía tres semanas que un cliente le debía una comunión. Hasta que aquella tarde, después de muchas llamadas, se presentó en el bar y le dijo. "Rafa, vengo a pagarte, pero quiero recompensarte por tantos retrasos. Si te interesa, en 10 minutos te busco el traspaso del Gaona".

Y así fue. A los 15 días Rafa estaba en el Gaona, el bar de la avenida de Alemania que llevaba Lorenzo y que a partir de ese día y durante 23 años ya no sería el Gaona, sería El Rafa.

El Gaona era una cafetería inmensa, con una puerta de entrada estrechita, mesitas en un alto y una barra de 14 metros. Rafa la reformó y la convirtió en el sitio de moda. Acudían Camilo Chacón Conyser y su mujer, su hijo Yayo, sus nietos, su nuera Mariví la de la Caja de Ahorros, los de Pollos Román, don Fausto, Manuel el de la gestoría, Felipe Pariente el de los recambios, los de Suesa, don Alfredo, doña Pilar, los de Santano. Allí estuvo 24 años, con sus camareros Lorenzo, Juan, Antonio...

Un 25 de julio, después de que el constructor Antonio Población comprara los terrenos, Rafa cerró y trasladó su negocio a la avenida Ruta de la Plata, donde está establecido desde hace ya 10 años. En su memoria, el agua que le sirvió a Franco, los Cointreau que le sirvió a Felipe González, la foto con el obispo Llopis Ivorra y, cómo no, su boda con Margarita García, nacida en la calle de la Berrocala. La pareja tiene una hija, Ruth.

Esta semana el cocinero Juan Burgos ha inaugurado Dallas Brunch en Obispo Segura Sáez, Malena Alterio pasa el fin de semana en Cáceres, Carmen Heras es la candidata del PSOE a la alcaldía para las próximas elecciones, Javier Sevilla, su jefe de gabinete, cumplió 34 años, ¡ah! y José María Bermejo ha fichado por Foro Ciudadano, así que dicen que el Peperío , al conocer la noticia se ha echado a temblar.

Cerró la boutique Elpidio y Leo y la ciudad amaneció sobrecogida por la muerte del técnico municipal Antonio Grande. Y en momentos como este es cuando vienen a la memoria esos churros de Los Naranjos que Cáceres paladeaba feliz creyendo que la vida sería eternamente nuestra.