Regresan los anuncios navideños a nuestras pantallas, el turrón, las luces y el consumismo. Mientras, los escaparates de nuestra ciudad vuelven a cubrirse de espumillón, arbolitos y brillo, en un intento de deslumbrar al paseante más allá de lo que las grandes superficies puedan hacerlo.

Nuestros buzones --físicos-- se llenan de propaganda, y los virtuales lo hacen de spam a una velocidad superior de la normal. Black Friday, Ciber Monday, Ciber Week y rebajas de pretemporada quedan atrás para dejar paso a un puente de diciembre en el que todos insisten en vaciarnos los bolsillos.

Y como parece que de un modo u otro, al final se saldrán con la suya, recurrimos a la esperanza del reintegro de la lotería de Navidad, el Euromillón, el número del barrio de la ONCE, la papeleta del colegio del niño, y --¿cómo no?-- a la participación con nuestra firma y nuestro nombre en una casilla, por si nos acaba tocando la cesta del bar de al lado.

Y pagamos pensando en el ahorro --qué contradicción--, de igual modo que ahorramos pensando en el gasto --bueno, esto sí tiene más sentido--.

Pero aquí no acaba la lista. Me dejo atrás las cenas de empresa, de amigos, de familia, de antiguos miembros del club de turno, y de primos lejanos que deciden volver a casa por Navidad. Los regalos religiosos relativos a estas fechas, los del ‘amigo invisible’, los de los ‘amigos visibles’, así como las facturas de la luz, del gas, del agua y del derecho a respirar.

La cuesta de enero es una ‘rampina’ (que diríamos aquí) en comparación con lo que nos depara diciembre. Y sí, desde ayer que rompimos la penúltima hoja del calendario, está aquí, llamando a nuestra puerta, y a la de nuestros bancos, con sonido de cascabeles y mensajes de felicidad.

Me da miedo poner el árbol de Navidad, ese amasijo de hierros que tuve la «necesidad» de adquirir el pasado año y no quité hasta el mes de mayo.

Sé que a todos nos da miedo diciembre, con su ‘rampina’, y su brillo, y sus gastos, y sus kilos de más, sus euros de menos, y su espumillón. Pero bienvenido sea, con frío, con lluvia o con nieve. Diciembre también es un mes de reencuentros, y eso vale más de lo que cuesta.