Al edificio La Torre todos lo llamaban en Cáceres el Edificio del Coño porque la gente miraba hacia arriba y exclamaba: "¡Coño, qué alto es!" , aunque los más refinados lo llamaban el Edificio de la Leche porque cuando lo miraban decían lo mismo solo que sustituían el coño por el leche. En 1962 el obispo Manuel Llopis Ivorra había levantado en la avenida de España el Coliseum, entonces el edificio más alto de la ciudad. Sin embargo, el ayuntamiento, que en ese momento dirigía el alcalde e ingeniero de Obras Públicas Casto Gómez Clemente, quería dejar su impronta con la construcción de un inmueble fastuoso que ganara en altura al Coliseum y al que solo pudiera aspirar el alto copete de la capital.

En eso estaba el ayuntamiento cuando, ¡¡¡zas!!!, se quedó sin dinero y tuvo que recurrir a la Mutualidad de Comercio para que ayudara a la terminación de la obra a cambio de que los trabajadores de la mutualidad tuvieran preferencia a la hora de ocupar los flamantes pisos que finalmente no habitaron altos copetes sino trabajadores de clase media que llegaron a convertirse en una gran familia.

La Torre se levantó al final de la avenida de Portugal. En el solar que ocupó había antes unos corralones y un burladero de propiedad municipal en los que se guardaba el ganado que venía para la feria cargado en los trenes que desembarcaban a los pies de Los Fratres, donde estuvo la estación de ferrocarril, inaugurada el 28 de junio de 1880 por Alfonso XII y Luis I de Portugal.

Esa estación, situada junto a los hornos de la cal y los almacenes de Candela y Ballell, se cerró el 26 de marzo de 1963 cuando se abrió la nueva en la carretera de Mérida. Meses después, el 1 de mayo de ese mismo año, se inaugura el edificio La Torre, cuando de la vieja estación de Los Fratres solo quedaban algunos trenes, apeados ya en vías muertas.

El nuevo conjunto arquitectónico estaba conformado por La Torre, un edificio de 14 plantas y 50 pisos, y dos edificios más, cada uno con 8 pisos por rellano. Un faraónico complejo de 66 viviendas al que echaron tanto hormigón que ni siquiera un seísmo que hubo en la ciudad a mediados de los 60 consiguió inmutar.

Vivir en La Torre daba mucho pedigrí, porque La Torre tenía un ¡ascensor! al que se colaban los niños para ver cómo era Cáceres desde el cielo. Los pisos disponían de ¡aseo!, y baño ¡con bañera!, y el señor Pedro, que tenía un Renault 4x4 azul y era guardia del ayuntamiento, era el ¡portero!.

La construcción de La Torre fue todo un espectáculo en una ciudad acostumbrada a casas bajas y una hilera de chalets de asombrosas dimensiones en Cánovas solo interrumpida por las Hermanitas de los Pobres, que entonces ocupaban un edificio en estado ruinoso.

Pepe García

El primer vecino que entró en La Torre de Cáceres fue Pepe García, que era jefe de cabina del Capitol y luego del Astoria. Pepe, que nació en la calle Sande, se casó con Mariángeles Cruz, que vivía en la calle Nidos, y tienen tres hijos: José Fernando, Juan Carlos y María del Mar.

En La Torre vivían además Juan Ramón, que llevaba El Olímpico, donde jugaban Abelardo Martín, Quini Iglesias y Félix Delgado Corbacho, que ahora es guardia civil. También vivían los Perera, que eran empleados de la caja de ahorros, los Ruano, que se fueron a Bilbao y tenían 14 hijos, el jefe de las mutualidades laborales, que era un garrovillano que se llamaba Francisco, Antonio Cortés, que era secretario de la delegación de Industria, Antonio Barca, que era empleado del juzgado, la familia Laso, que tenían herrería y aluminios, y Francisco Lara, que estuvo en Calzados Martín.

Después estaba el inspector Andrés Barriga, que era jefe de la policía y tenía al menos 14 hijos, Isabelita Gil, Marisol Rodriguez, que era locutora de radio, su hermano Juanjo, Juan Bazaga, que fue concejal, Luciano Román, que tenía una gestoría, don Pedro Rubio el cura, o Bibiano Mendoza, el de Almacenes Mendoza.

Los vecinos de La Torre bajaban todos los sábados por la mañana a comprar en la droguería de Apolinar. Entonces estaba muy de moda el champú Sindo, que venía en bolsitas muy parecidas a las que hoy se utilizan para meter los cubitos de hielo y que Apolinar guardaba en una bombonera de cristal. Cada porción de Sindo costaba 1,50: el verde era de clorofila, el rosa de fresa y el amarillo de huevo, que era el que más se vendía.

Además del champú triunfaban el jabón Lagarto y la lejía, y el Profidén y el Colgate porque la pasta Binaca costaba más cara y era para gente de más alto standing . La crema de manos más usada era Famos, las cajitas pequeñas costaban 4,50, las grandes, 7 pesetas. Y después estaba Bella Aurora, que era una crema que las mujeres se echaban en la cara y que se vendía en una caja verde muy chiquitita.

Alrededor de La Torre había una peluquería, las oficinas de Jaime Zaragoza, que era una agencia de transportes que estaba donde hoy está la Joyería Alvarez, y muy cerca de allí, en la calle Argentina, Peluquería Aurori, que era la mujer de Pepe El Chuleta y que ahora viven en México. Al otro lado, donde hoy está Nevacam, en la Cruz de los Caídos, estaba la peluquería Pilarín.

Cuando terminaron de quitar las últimas vías de la estación, Los Fratres se convirtieron en un enorme descampado donde los niños de La Torre aprendieron a montar en bicicleta. Aquellos niños se hicieron pronto unos hombrecitos que frecuentaban el Aviación, un bar que estaba en la Cruz y que tenía un camaleón que siempre estaba subido en la cornisa de una campana que había sobre la cafetera.

El Aviación, que tenía como camarero al señor Tomás, lo llevó primero Cayetano Franco y después pasó a sus sobrinas Ana Mari y Ramona, que lo regentaron junto a sus maridos Ramón Guillén y Barrantes. También estaba muy de moda El Globo, otro bar de la Cruz que era de Anacleto Román, más conocido como Necle .

Y como testigo de nuestra historia: La Torre, aquel Edificio del Coño o de la Leche en el que compartían su vida como una gran familia Pepe García, el inspector Barriga, el Renault del señor Pedro y todos aquellos niños que aprendieron a montar en bicicleta en un descampado a cuyos pies se levantó un rascacielos desde el que todavía Cáceres puede tocar el cielo.