En ambas especialidades de «sabiduría cervecera» es rico nuestro lenguaje y nuestros temas de conversación. Que le pregunten, si no, a los tertulianos de café, a los comentaristas habituales de los ratos perdidos en las líneas de autobús o a los periodistas que concurren a los foros abiertos de la TV - cada uno con su línea editorial o con los consejos de su director - que suelen opinar de todo, emitiendo los pareceres más sorprendentes, o adecuando su «doctrina» a las exigencias del momento.

En este período de nuestra aventura política, económica, educacional o procesal se han anudado sobre nuestras cabezas multitud de temas y planteamientos que sobrepasan, con mucho, la capacidad de discernimiento de las mentes más discretas y ordenadas, creando un «galimatías» conceptual que ha hecho descarrilar, incluso, a las mentes más lúcidas del «paisanaje» nacional, emitiendo opiniones sobre la extensión de una «pandemia» contagiosa, que nadie sabe de dónde ha venido ni hacia dónde va, a la que llamamos COVID- 19, por llamarla algo. Sobre una actitud social: el «feminismo», que todos aprecian en sus justos términos, pero nadie sabe en qué consiste; aparte de referirse a las mujeres de buena voluntad. Sobre la actitud que deben tomar los padres ente la educación de sus hijos; aunque ellos mismos hayan sido educados «a salto de mata», en una época en la que pocos distinguían lo que era educar de lo que era «adoctrinar» a los muchachos en verdades relativas y en creencias discutibles. Sobre la rectitud y oportunidad de juicios, procesos, leyes o decretos que saltan de los Tribunales al Congreso, y del Congreso a la calle; con solo apretar un botón o presentar una denuncia. Sin tener ni idea de lo que es el Derecho, el proceso judicial o la redacción de unas nuevas normas legales, para que se ajusten al Código vigente.

Y en medio de todo este «batiburrillo» de opiniones, desaciertos y disparos al aire - «por si topa»- aparecen los economistas advirtiéndonos que estamos a un paso de que la bienestar exclusivo del «mundo occidental» se venga abajo, y terminemos todos «cacareando y sin plumas», como ya ocurriera en anteriores ocasiones de nuestra historia reciente.

Permítanme recordar a mis sufridos lectores, que solamente hace cien años, durante la primera Guerra Europea - la llamada «Gran Guerra», que fue un guerra inútil y cuajada de errores - la situación en Europa fuera muy parecida a la actual; con una enfermedad vírica muy grave e inestable, desconocida e incurable; que se llevó por delante a miles de personas. Enfrentamientos muy violentos entre pueblos y gentes que no se reconocían como perteneciente a una misma cultura y civilización. Ruptura entre un mundo empresarial e industrial rico, desarrollado, satisfecho; que despreciaba al otro mundo pobre y miserable, con miles de personas huyendo de tiranos, dictadores, abusos y guerras que los convertía en rehenes de traficantes y «negreros».

El hecho de que hoy nos sintamos enlazados por una Unión Europea no soluciona nada, ni cambia los términos del juego. Esta Unión es tan inútil como todos aquellos «pactos» que cortaban al mundo en pedazos; incluso dentro de las propias naciones. Las mujeres de entonces pretendían votar y ser iguales a los hombres en sus aspiraciones de trabajo. Los obreros aspiraban a ascender en las escalas laborales y en las retribuciones, pero se encontraban con un sector patronal lleno de prejuicios, que les impedía aceptar su cooperación en las tareas productivas, redistributivas y de consumo. En fin, el racismo, el nacionalismo y la ramplonería ideológica deformaba a las mentalidades más conservadoras, que formaban en todos los países el sector más «derechista» del arco político parlamentario, como ocurre hoy en toda la Unión y, particularmente, en España. ¡Podemos ver aquel bosque, ya lejano. Pero los árboles nos impiden ver en el que estamos viviendo!.

*Catedrático