Por duodécima vez, los 'grupos J' de la parroquia Guadalupe, con la colaboración de varias confesiones religiosas, cristianas y no cristianas, nos convocan el próximo sábado a la Marcha por la Paz. Surgió como respuesta a la llamada que hiciera Juan Pablo II después del 11S. Pero ya en 1986, en la ciudad franciscana de Asís, se había lanzado el grito de "¡No hay guerras santas; solo es santa la paz!". Todas las religiones comportan una relación estrecha con la paz, pero la historia nos dice que las religiones intervienen en numerosos conflictos bélicos.

Por este motivo hay quien piensa que las guerras futuras vendrán por un enfrentamiento entre las distintas cosmovisiones religiosas. Y ¿por qué se da esto? Tal vez porque la religión, que siempre debería ser algo noble, a veces se corrompe cayendo en el fanatismo: una adhesión tan desmesurada a un grupo religioso que nos lleva a pensar que solo nosotros estamos en posesión de la verdad y que quienes están en el error deben ser eliminados.

La absolutización de las mediaciones religiosas (producto del hombre y, por eso, relativas) y su defensa a ultranza, a veces lleva a sacrificar al ser humano, y más a quienes consideramos contrarios, perdiendo de vista que "el sábado, como todas las otras mediaciones religiosas, es para el hombre y no el hombre para el sábado".

'Conociéndonos, la paz florecerá', es el eslogan de esta marcha. El Misterio de Dios está más allá de las representaciones que nos hacemos de él. Tal convicción nos dispone para entablar con el resto de las religiones un diálogo que nos permita apreciar los valores y riquezas presentes en cada una de ellas, dar testimonio de nuestra propia religión, respetándonos unos a otros y, juntos, proponer acciones en búsqueda de la justicia, la solidaridad y el perdón, valores íntimamente relacionados con la paz.