En ocasiones los papas se han dado a sí mismos el título de servus servorum dei , es decir, siervo de los siervos de Dios . Lo cual expresa que en la Iglesia la autoridad se ha de entender como un servicio. Benedicto XVI ha presentado su renuncia como un gesto más de servicio a la misma, justificado porque le han disminuido considerablemente las fuerzas con el paso de los años.

Desde fuera se buscan otras causas de todo tipo: insidias vaticanas, luchas por el poder, etc. Es posible que todo esto, que no es nuevo, y mucho más forme parte de la carga que las espaldas del Papa no están dispuestas a seguir soportando. Pero lo cierto es que hasta ahora nada hacía presagiar su renuncia. La causa decisiva, como él mismo ha dicho, hay que buscarla en la salud y en su convencimiento de que servirá mejor a la Iglesia renunciando al papado.

He de confesar que acogí con satisfacción la noticia porque no me gusta ver sufrir a la gente y todo el mundo se ha percatado de la creciente debilidad del Papa. Por la experiencia de los últimos siglos parecía que el sucesor de Pedro debería mantenerse en la cruz hasta el final de sus días, algo que muchos alabaron de Juan Pablo II; pero hay que reconocer que para mantener el ritmo de sus actividades precisa una fortaleza física y moral que, naturalmente, disminuye con el paso de los años. Y a esto se ha referido Benedicto XVI.

Se habla de lección de humildad, y es verdad. La persona humilde es la que se acepta tal como es y sabe reconocer con naturalidad sus posibilidades y limitaciones. Es una cualidad propia de quien tiene un corazón sincero y está dispuesto a servir al hermano más allá del propio deseo de agarrarse al poder que detenta. Por eso no es preciso buscar más razones que las propias palabras de Benedicto XVI. Deja la silla de Pedro por amor a los demás, a la Iglesia concretamente, y porque entiende que le presta un servicio mejor cediéndole el paso a otro. Es así de sencillo. Ojalá otros muchos, también fuera de la Iglesia, se aplicaran este "cuento".