Pasó sus últimos días en una casa de la Montaña, donde siguió pintando. Antes lo había hecho en el molino de la ribera del Marco o un estudio en Miralrío. Francisco Martínez Moreno, Paco para los que le conocieron, falleció hace dos meses a los 79 años. Sus hijos Fernando y Miguel Angel le recuerdan "como un trabajador nato, que echaba sus ocho horas con el pincel en la mano", siempre inquieto y creativo con las acuarelas que le gustó pintar de rincones cacereños.

Cordobés enamorado de Cáceres, Martínez Moreno dejó atrás una amplia producción artística que a su familia le gustaría exhibir en un lugar adecuado, aunque antes de ese objetivos se marcan otro: lograr que al pintor se le dedique una calle en la ciudad donde creció como artista. Han sido precisamente colegas que Martínez Moreno tuvo en el Ateneo, del que fue socio fundador, los que han empezado a recoger firmas para conseguirlo.

Sus hijos creen que ese sería el mejor homenaje que podrían rendirle tras una trayectoria en la que su aportación a la ciudad no quedó de puertas para adentro. Suyos son los diseños de cabalgatas de Reyes y dragones de San Jorge que desfilaban por la ciudad en los 70, además de los belenes en la ermita de la Paz de la plaza.

Sus hijos le recuerdan como "un embajador de Cáceres allá donde fuera" y ponen como ejemplo su costumbre de pedir un plato en los restaurantes para pintarlo con un motivo de la parte antigua cacereña. Hasta se atrevió a pintar con vino en lo que denominó vinorelas.

Ha sido precisamente ese amor por Cáceres lo que ha movido a su familia a tratar de buscar ese reconocimiento para que su figura siga viva. De Martínez Moreno son también esculturas como la que adorna la rotonda de entrada a Moctezuma. Su inquietud, recuerdan sus hijos, le llevó incluso a desempeñar hasta cuatro trabajos al mismo tiempo, ejemplo de su carácter polifacético: funcionario de la Seguridad Social, pintor, técnico de publicidad y decorador.

Inventario pendiente

El legado del artista está custodiado ahora por su familia, principalmente pinturas de las que falta por hacer un inventario con el fin de tomar una decisión sobre su destino. En principio, a sus hijos Miguel Angel y Fernando la idea de que quedara reunido en un mismo lugar les parece idónea y calculan que la colección ronda las 80 piezas, algunas de ellas en gran formato.

La imagen que Martínez Moreno dejó fue "la de una buena persona y un gran trabajador", dice Miguel Angel que, aunque no ha seguido sus pasos en la pintura, siempre admiró su constancia y dedicación. Fernando añade que su padre fue "un trabajador de la pintura" y le recuerda, incluso jubilado, yendo a la misma hora de siempre camino del estudio a pintar. "Siempre tuvo esa forma de hacerlo", subraya. El crítico de arte Manuel Vaz-Romero le dedicó un libro en el que alababa su versatilidad artística. Solo por eso merece ganarse el premio de tener un rincón en la ciudad que tanto pintó.