Los cacereños mayores de 40 años lo recuerdan perfectamente. Aquella tarde de domingo diluviaba sobre la Ciudad Deportiva José Sanz Catalán. Jugaban el Cacereño y el Badajoz. El estadio rebosaba de aficionados y de ira. Un árbitro malvado barría descaradamente hacia Badajoz.

En un lance del juego, tras otra injusticia arbitral, un espectador cacereño no pudo más, saltó al campo y, chapoteando en el barro, persiguió al árbitro. Cuando vio que era imposible darle alcance, le lanzó su paraguas cual venablo.

Esta versión cacereña de la escena entre El Cid y Vellido Dolfos a las puertas de Zamora está grabada en la historia oral de la ciudad. Igual que la de los siete magníficos : Tate, Cantalapiedra, Valero, Mandés, Moscoso, Monasterio y Palma. Era el 1 de marzo de 1964 y se enfrentaban el Cacereño y el Badajoz en la Ciudad Deportiva. El campo, lleno, naturalmente. A los 35 minutos, el árbitro suspendía el encuentro por graves incidentes.

El trencilla era extremeño, se llamaba García Camacho y había expulsado a cuatro jugadores del Cacereño y a dos del Badajoz. Los locales ganaban por 2-0 y la trifulca se organizó al dar por válido un gol del Badajoz en fuera de juego, al que siguió una agresión al colegiado.

EL VENABLO El 12 de marzo se reanudaría el encuentro: siete del Cacereño contra nueve del Badajoz. Acabaron empatando a tres, pero la resistencia numantina de los siete cacereños los aupó a las antologías de la épica local: tras el venablo del Cid, los siete infantes de Lara.

Así, con estas batallitas futboleras, se escribe el cantar de gesta moderno de la ciudad feliz , donde Badajoz era, popularmente, la bicha . La cosa viene de antiguo, pero no de muy antiguo. Es en el siglo XIX cuando se fragua una oposición entre las dos capitales cuyo origen fundamental está en el ferrocarril.

En 1852, los diputados cacereños Godínez y Concha presentaron en las Cortes un proyecto para unir ferroviariamente Madrid y Lisboa por Cáceres. Pero Badajoz reaccionó y presentó en 1853 otro proyecto de unión ibérica a través de Ciudad Real y Badajoz. Como resulta que en 1854 el ministro de Fomento era el pacense Francisco de Luján, las Cortes acabaron aprobando el proyecto pacense y Cáceres se quedó sin ferrocarril hasta 1881.

Ese agravio no se perdonó en la ciudad feliz y desde entonces, cualquier político, periodista o tertuliano de café que escriba o diga que Badajoz se lo lleva todo será aplaudido y encumbrado sin controversia.

Al cisma ferroviario seguiría la división eclesiástica (cada capital pertenecía a una archidiócesis), la castrense (cada una, a una región militar) y la universitaria (Badajoz formaba parte del distrito de Sevilla y Cáceres, del distrito salmantino). La autonomía y la unión eclesial, militar y universitaria templaron los enfrentamientos y el trazado del Ave, con su solución de consenso, ha rematado la faena de unidad.

Sólo queda el fútbol para entretener las pendencias, pero ya no es como antes. El próximo domingo jugarán el Badajoz y el Cacereño. Habrá rivalidad, pero sin los odios de antaño. El último episodio de tensión queda lejos. Sucedió hace doce años, cuando un guardia de la porra apaleó en un partido en Badajoz al pívot cacereño Jiri Okacs.

Lo que vino después ya es un síntoma de distensión. Ocurrió en Linares. Jugaba y ganaba el Badajoz 0-1. Retransmitía el gran Tomás Pérez, paradigma del cacereñismo más acrisolado. Al acabar el partido, los jugadores pacenses le regalaron una camiseta del Badajoz con el número 12 y le dijeron que si se la veían en Cáceres se lo iban a comer. Pero no se lo han comido. Tomás Pérez sigue retransmitiendo partidos del Cacereño, el Ave pasará por Cáceres y Badajoz y las nuevas generaciones pasan del mal rollo de Extremadura, dos...