Cuentan que en el siglo XIX el único hielo que existía en la capital estaba en lo que muchos conocían como Pozo de las Nieves, en una casa del Paseo Alto que tenía un pozo muy profundo al que, en los duros inviernos, caía la nieve, que se amontonaba y se conservaba allí durante meses. Aquel pozo también se nutría de la nieve que llegaba de zonas como Hervás o Piornal, puesto que durante tres siglos en Extremadura hubo una importante industria de la escarcha, que radicaba en esas poblaciones, desde las que se distribuía hielo a una región en la que proliferaban pozos como el de Cáceres, convertidos en auténticos almacenes de la nieve.

Hasta el pozo acudían en burro los cacereños cada vez que necesitaban hielo para mantener alimentos o aliviar heridas y enfermedades. Lo prensaban en serones y cántaros que luego protegían con helechos para evitar que se deshiciera y se lo llevaban a sus casas.

En ese escenario, Joaquín Castel Gavás, un científico de Huesca afincado en Cáceres, famoso por la farmacia droguería que abrió en la plaza Mayor, consciente de que aquel pozo era solo un remedio pasajero y dado su filantrópico espíritu, fundó a finales del siglo XIX La Providencia, una fábrica de hielo, gaseosa y aceites que se instaló desde sus orígenes en Aguas Vivas y que se mantuvo en Cáceres hasta la década de los 80.

El científico fue durante años propietario de aquel negocio hasta que el 31 de diciembre de 1928 se firma un contrato de compra venta de la fábrica entre Mario Castellano Tomás de Castro y Julio Castellano de la Pedraja, (que tal vez fueran socios de Castel aunque se trata de un dato que no ha podido constatarse), y Manuel Lucas Ribero, un hombre sumamente laborioso, patriarca de una familia que mantuvo La Providencia hasta que se cerró.

Atendiendo a este relato, la recuperación del Pozo de las Nieves es de justicia histórica. Este lugar ha vuelto al foco de la actualidad después de que el pasado fin de semana la policía local tuviera que volver a intervenir porque un grupo de jóvenes estaban dentro de este inmueble del Paseo Alto, en ruinas desde hace décadas. Los vecinos, integrados en una plataforma, llevan meses en una lucha incesante ni siquiera detenida por la pandemia que exige una solución para este edificio.

El ayuntamiento reaccionó ayer y su concejal de Patrimonio, José Ramón Bello, indicó que el equipo de gobierno está tramitando su inclusión en el catálogo de bienes protegidos de la ciudad. El formato es como una modificación del Plan General Municipal, que permitirá así su protección «de forma estructural por su importancia histórica», detalló el edil. Obviamente Bello admitió que «en el futuro es necesario intervenir para que no continúe degradándose y estamos buscando vías, subvenciones y demás para poder acometerlo».

La construcción del Pozo de las Nieves sirvió para que durante años se guardara allí el hielo que llegaba en burros desde Béjar, Hervás o Piornal, para abastecer a las familias más pudientes de la ciudad en el siglo XIX. Su esplendor se mantuvo hasta que en el XX Joaquín Castel abrió una de las primeras fábricas de hielo de la capital en Aguas Vivas. Desde entonces, este lugar se fue degradando hasta presentar el preocupante estado de abandono de la actualidad.

Hay que tener en cuenta que en esa época se creó un negocio alrededor del hielo dada la ausencia de este producto en la ciudad. El inicio del mismo comenzó en el XVI, pero no fue hasta dos siglos después cuando se generalizó y reguló. Por eso y aunque no se sabe con exactitud, se cree que el Pozo de las Nieves se levantó en el XIX.

Se trata de un edificio singular, el único que hay en Cáceres y de los pocos que quedan en Extremadura, con una ubicación ideal, en el Paseo Alto, enclave que alberga un alto valor patrimonial con la ermita de los Santos Mártires y el antiguo Polvorín. Ojalá la burocracia pueda levantar algún día lo que ella misma dejó caer.