Lunes, 23 de mayo. Once de la mañana. En el ecuador de esta serie nos acompañan juntos por primera vez los cinco magníficos , Alonso, Orencio, Santiago, Julio y Alfonso. Es todo un placer encarar con ellos el paseo en esta mañana soleada y descubrir los tesoros que Cáceres nos ofrece a su paso por la ronda norte, también llamada ruta del colesterol , la quinta de nuestro Diario de ruta .

La ronda norte, inaugurada el 6 de octubre, es la principal vía urbana de la ciudad, que bordea la capital y conecta la N-521 con la 630. Financiada por la Junta, costó 21 millones y tiene un trazado de 6,3 kilómetros. Nuestro paseo se inicia en el primer puente de la ronda, a la altura de la rotonda del colegio Francisco de Aldana, en el barrio de Castellanos.

El interés más importante de esta ruta es, sin duda, el geológico. Y de la mano de Alfonso nos damos cuenta de que la geología es un instrumento para conocer la historia cacereña. Las obras de la ronda han dejado al descubierto fallas y taludes de los que aflora el subsuelo de la ciudad. Hay cuarcitas, que son los materiales más duros, y que dieron lugar a las zonas más altas de Cáceres, como la plaza de Italia o San Mateo. Entre esas bandas de cuarcita existen pizarras, materiales más blandos que originaron el resto del casco antiguo.

A la altura del R-66 y El Arco, Orencio recuerda que a la ronda la llaman la del colesterol. "Y tiene --dice él-- su justificación, porque la utiliza mucha gente como prescripción médica". Orencio explica que es una ruta urbana, al alcance de cualquiera, lineal, con poco desnivel (unos 70 metros) y muy cómoda porque tiene diversas salidas que la conectan al centro urbano.

El equipo defiende el "buen criterio" que guió a los ingenieros que diseñaron la ronda porque trataron de integrarla en el entorno. Un ejemplo son los miles de árboles y arbustos que se han plantado. Los olivos se conservaron, hay plataneros, moreras, almezes, ibiscos, gamonos, pinos... En las medianas --alecciona Alonso-- hay gallombas, adelfas, prunos, jaras, romeros... También hay plantas trepadoras y parras vírgenes en las caídas o washingtonias en las rotondas.

Sin embargo, los senderistas se refieren al impacto ambiental de la ronda norte. El más crítico es Julio, que la define como "una brecha, un tajo, una herida hecha a la Sierrilla". El hubiera preferido otro trazado, por detrás de la falda, enlazando con Casar a través de la autovía.

Nuestro paseo continúa. A la izquierda, la sierra de Aguas Vivas. A la derecha, el parque del Príncipe y el recuerdo de lo que fueron antiguas vaquerías donde se vendía leche.

A la altura de la rotonda del Casar comprobamos cómo los esfuerzos tectónicos han plegado algunas estructuras de los taludes, lo que los hace más atractivos por la forma que presentan. Alfonso explica que, con el paso del tiempo, se alterarán con la aparición de hierbas que disimularán su agresividad visual.

La falla

Y justo en frente de la rotonda encontramos la falla más bonita de nuestro recorrido. En ella aparecen rozaduras producidas por el oleaje y las corrientes cuando los materiales que las componen se depositaron en el mar hace millones de años. Podría tratarse, indica Alfonso, de una arena que llegó hasta una zona de playa, de poca profundidad, que luego se elevó por el plegamiento de la tierra al chocar el continente de Gondwana, en el hemisferio sur (Africa, América del Sur, Australia y la Antártida) con el continente de Laurasia (América del Norte, Europa y gran parte de Asia).

Después del enfriamiento de la superficie terrestre toda la Tierra formaba parte de un gran continente, conocido como Pangea y rodeado por un gran océano, Panthalasia. Con el paso de las épocas surgieron convulsiones en la litosfera que provocaron el desprendimiento de este continente en dos partes: Laurasia y Gondwana.

La falla, inversa, tiene cuarcita y pizarra, una línea de rotura y muchas grietas, dato interesante porque a través de ellas se filtra el agua. Como el cuarzo es un material insoluble, las aguas de esta zona son muy finas. Otro aspecto curioso de la falla son las dendritas de pirolusita, pinturas negras que pueden confundirse con fósiles pero que en realidad son óxido de manganeso. Las hay negras, que son de pirolusita, y rojas, de oligisto (óxido de hierro).

Avanzado el camino vemos lo que fueron los antiguos lavaderos de Beltrán, La Mejostilla, y la carretera de Torrejón, desde donde iniciamos el regreso imaginando lo que pudo ser aquella mágica explosión de Laurasia y Gondwana que hoy alivia nuestro colesterol.