Tengo entendido que el ayuntamiento ha puesto fin al lacero municipal y que del servicio que prestaba se ha hecho cargo una sociedad protectora de animales. O sea, que desaparece Sabanilla. Porque Sabanilla quizás fuera en principio un nombre propio por el que respondía una persona concreta, pero ha pasado a ser un nombre genérico que ha identificado a los que han tenido a su cargo el lazo municipal para cazar los perros abandonados.

Como en nuestra infancia les sacábamos mucho partido a los perros le teníamos declarada la guerra al Sabanilla de turno, que me parece recordar que tenía unas pequeñas gafas redondas. En aquellos tiempos no era necesario sacar a pasear al perro porque el perro estaba todo el día en la calle, lo cual nos venía de perillas. Jugábamos con los perros, les enseñábamos a moverse con dos patas, a saltar, a correr y a mil cosas más. Nuestro tierno corazón se alegraba con la presencia de un cachorrillo, tan juguetón y cariñoso. Tampoco faltaban las ocasiones en las que la diversión era más dolorosa para los canes, pues a veces les colocábamos una lata en el rabo que les hacía huir despavoridos entre la algarabía de la chiquillería. Otras veces eran un buen blanco para ejercer la puntería y se convertían en objetivo de las piedras, a consecuencia de las cuales quedaban cojos una temporada, cojera que solucionábamos con unas tablas atada a la pata. De manera que cuando aparecía Sabanilla dispuesto a apresar a un perro con su lazo hacíamos lo posible para evitarlo e incluso liberarle si había sido cazado. Y es que creíamos saber que Sabanilla mataba y luego quemaba a los perros callejeros si no aparecía su dueño en poco tiempo.