Siempre se han considerado «analfabetos» a las personas que desconocían la técnica de juntar las letras para formar las palabras. Bien emitiendo los sonidos que representaban -leyéndolas- o dibujándolas sobre un papel para que pudieran leerlas otros. Eran «analfabetos» los que de niños no pudieron ir a la escuela, por carencia de recursos o por tener que trabajar para ayudar a sus familiares.

Pues era allí, en la escuela, donde aquellos heroicos maestros de «santa paciencia» nos enseñaban los arcanos de la lectura y la escritura: «…Mi mamá me ama…»; «…Yo amo a mi mamá…» En aquellas entrañables cartillas, «Rayas» ya desencuadernadas, y con sus hojas llenas de garabatos infantiles. Los escolares más afortunados -que sí contaron con recursos y con papás de posibles- pudieron asistir a colegios privados o religiosos, donde aprendieron; por lo menos, a juntar las letras para declamar el «Padrenuestro».

Los «analfabetos» desconocían, solamente, los símbolos que encierran los sonidos con los que se forman las palabras; pero no las palabras mismas. Por ello solían ser considerados como las más ignorantes y atrasados entre los habitantes de sus pueblos. Teniéndolos por los más «catetos» y «cazurros» del vecindario; aunque, en realidad, su sabiduría - acumulada durante años por su sensibilidad y experiencia - superase notablemente a muchos de los «alfabetizados», con sus uniformes planchados, en los confortables pupitres de los colegios.

Me gusta en mis humildes e intrascendentes reflexiones semanales con las que relleno estas «Tribunas», resaltar los contrastes y diferencias sociales y culturales entre estos tiempos del «tercer milenio» y los tiempos anteriores; los de mi propia niñez y juventud; olvidados y menospreciados por las generaciones posteriores, que ya han «digitalizado» su mente y su personalidad.

Hoy ya no quedan «analfabetos»: todo el mundo sabe juntar letras para formar las palabras. Incluso, algunos saben también dibujar despacio esas letras y leerlas en voz alta, un poco a trompicones. Otra cosa es que sepan el significado de esas palabras, o que acierten a juntarlas para entender o expresar ideas, que son los verdaderos argumentos de nuestra cultura. Para eso tienen secretarios o asesores que lo hagan. Los «analfabetos» actuales ya no son los que no saben leer y escribir: De estos ya, felizmente, van quedando muy pocos; aunque esto no signifique que ya no haya casi ignorantes o «cazurros»; pues han sido sustituidos por los que «no quieren» leer ni escribir. Los que «las molesta lo negro» y apenas entienden nada de lo escrito; si no se refiere a futbol, a corridas de toros, a «raperos» de pantalón caído o a «twits» que se han hecho «virales»(?) en las llamadas «cadenas sociales».

Mientras el antiguo «analfabetismo» tendió siempre a disminuir este nuevo «catetismo» o «cazurrismo cultural de las llamadas redes sociales», se expande a notable velocidad entre los niños y jóvenes; amenazando seriamente con hacer «viral» a todo el resto del raciocinio humano; reduciéndolo a los balbuceos literarios que se difunden por «Internet», en forma de insultos, ofensas o descalificaciones, que acabarán esterilizando todo lo que sea leer o escribir.