Hasta no hace tanto tiempo la extracción de muelas y dientes era una labor que desempeñaban los barberos sacamuelas, un oficio que no se ajustaba estrictamente a la estética de las personas, en lo relativo al afeitado y corte de pelo, pues era común en los pueblos, donde la presencia médica era escasa o nula, que el barbero fuese el encargado de sacar dientes y muelas, poner ventosas y sanguijuelas y hasta curar fracturas, también participaba en los partos cuando surgía algún problema que la comadrona no podía subsanar.

La restricción de oficios sin título, provoca la aparición de denuncias entre los cirujanos examinados por el protomedicato y los sacamuelas que realizaban el oficio por tradición familiar o que lo habían aprendido trabajando desde niños al lado de un maestro barbero sangrador. Este tipo de conflictos fueron comunes, especialmente en zonas rurales como Extremadura, durante gran parte de los siglos XVIII y XIX, hasta que las profesiones médicas se fueron regulando y su formación reglada se hizo necesaria para la obtención de títulos que autorizaban el ejercicio de la cirugía, la medicina o la odontología.

El 20 de octubre de 1732 se presenta ante el corregidor cacereño una denuncia, por parte de los cirujanos Miguel y Pedro Dionisio Trejo, contra el barbero del Casar de Cáceres, Simón Godino, por ejercer la profesión de barbero, sangrador y sacamuelas sin el título que exigían las reales órdenes y reales provisiones que prohibían el intrusismo profesional entre cirujanos y barberos. Simón ejercía la profesión en su propia casa, sin título ni examen del protomedicato. En la denuncia se solicita la prohibición para ejercer un oficio que debe ser realizado por cirujanos y no por un barbero. En la misma denuncia se pretende que el barbero deje de realizar su profesión principal, impidiéndole incluso cortar pelo o afeitar.

El barbero se defiende indicando que su éxito se debe a su pericia en las artes de la barbería y que no entiende como se le puede impedir dicha profesión por parte de médicos, cirujanos o sangradores titulados, cuyas funciones deben ser otras. Se justifica exponiendo que también los cirujanos afeitan cuando intervienen a un enfermo, sin tener título de barbero y si quieren afeitar que se les haga un examen para que demuestren su habilidad en rasurar, cortar callos o hacer y peinar pelucas, para lo cual no están habilitados por título alguno. Los profesionales de la medicina se amparan en que el oficio de sangrador consiste en sangrar sobre ventosas con sanguijuelas y sacar dientes y muelas, por lo cual el sacamuelas les hace una competencia desleal, insistiendo en la no idoneidad del barbero casareño.

El barbero es condenado al pago de las costas del juicio y a no poder ejercer ciertas funciones tradicionales de los barberos como la extracción de dientes y muelas. Aun así, los barberos, curanderos y parteras, siguieron siendo muchas veces el único referente sanitario para aquellos que habitaban en zonas rurales.