La costumbre popular expresa que para no quedarse solo en la vida se le pide a San Antonio que nos consiga un novio o una novia y que la ceremonia de petición debe hacerse un viernes al anochecer. Para ello se cogerán dos alianzas sin usar que se atarán con una cinta blanca junto a una ramita de romero, se cortará por la mitad una naranja, a la que se le sacará la pulpa y en su lugar se colocarán las alianzas junto con un papel donde se manifieste la petición.

Luego se cerrará la naranja y ambas mitades se atarán con otra cinta blanca, se dejará en el altar durante tres días en los cuales se encenderá una vela de miel de color rojo. Transcurrido ese tiempo se plantará la naranja cerca de un frutal de su misma especie con el objetivo de volver a buscar las alianzas en el momento que se haya cumplido el sueño del amor.

En Cáceres también se puede hacer realidad este sueño de la mano de la ermita que se construyó en el siglo XV en un terreno que ocupaba una antigua sinagoga judía y que fue adquirido por miembros de la familia Golfín. Fue Alonso Golfín quien ordenó construir sobre aquel solar una ermita dedicada a San Antonio de Padua, que funciona bajo su advocación desde el 22 de septiembre de 1470.

Así que los mozos y las mozas casaderas se encomiendan desde entonces al que llaman el santo de los enamorados. Antes la costumbre de ir a encender la velita a San Antonio estaba muy arraigada en la ciudad, que aún hoy sigue sacando en procesión la talla cada 13 de junio. Así que mañana muchos cacereños tienen cita obligada en el barrio judío para encender la vela y acudir al desfile procesional que se iniciará a las siete y media de la tarde.

Esta ermita cacereña de San Antonio es propiedad del Obispado y desde principios del siglo XX la mayordomía la ha venido ocupando la familia Floriano cuando en 1900 Santos Floriano González, que tenía un negocio de imprenta y droguería en la plaza Mayor y vivía en la calle Caleros, accedió al cargo. Santos se casó con Juana Cumbreño y tuvieron cinco hijos: Santos, que trabajó en la diputación; Antonio, catedrático de Historia y Paleografía que da nombre a una calle de Cáceres; Pablo, que se quedó soltero y era mancebo de la farmacia de Pintores: Joaquín, que se hizo médico; y García, que llevaba la imprenta de su padre.

Pablo, el de la farmacia

Cuando Santos falleció, la mayordomía de la ermita pasó a manos de su hijo Pablo, que vivía en la Cuesta del Maestre y hacía su vida entre la devoción a San Antonio y la farmacia de Pintores, cuya rebotica fue muy nombrada en Cáceres al ser sede de una afamada tertulia de intelectuales de la ciudad. Pablo era bajito, afable y alegre. Falleció en 1980 cuando se le salió una hernia, lo llevaron al hospital y minutos después el médico apareció en la sala de espera y le dijo a la familia: "Mirad, que tío Pablo se ha quedao ".

Uno de los hermanos de Pablo: Santos Floriano Cumbreño, estaba casado con doña Marina López López, que fue directora de la Escuela de Magisterio. Vivían en el número 6 de la casa familiar de Caleros y tuvieron cuatro hijas, todas maestras: Marina, que se casó con Daniel Mariscal, pero no tuvieron hijos porque ella falleció de un problema cardiaco (luego él contrajo matrimonio por segunda vez y tuvo un hijo que se llama Daniel); María del Pilar, que ejerció muy poco tiempo porque se hizo funcionaria del ayuntamiento tras aprobar unas oposiciones y se casó con Manuel Benítez Arroyo, que era funcionario de Correos y tuvieron tres hijos; Ana María, que se casó con Juan Bermejo, un ganadero del Casar con el que tampoco tuvo hijos; y Carmen, casada con Germán González Rodríguez, secretario de sala de la Audiencia de Cáceres, que fue mayordomo del Nazareno y tuvieron cuatro hijos.

Cuando Pablo murió llegó al cargo de mayordoma una de sus sobrinas: María del Pilar. Su marido, Manuel Benítez, que fue jefe de turno de la Montaña, era jefe provincial de Telecomunicaciones y director de la Caja Postal. Procedía Manuel de Casas de Don Antonio porque su padre, Pedro Benítez, era guardia civil y aquel fue uno de sus destinos hasta que lo trasladaron a Cáceres, donde vivieron en el cuartel de Margallo. Manuel tenía otro hermano, que se llamaba Crescencio y también trabajaba en Correos. Crescencio se casó con Jacinta Pérez Pin y tuvieron cinco hijos: Manolo, Elías, Pedro, Ursicina, a la que todos llaman Usi , y Teresa, que trabaja en Correos en Barcelona.

Pedro, el padre de Manuel Benítez, era un hombre muy recto que cuando se jubiló como guardia civil regentó una bodega muy famosa en Cáceres, la bodega Cervantes, que estaba en la calle Parras donde ahora hay una ortopedia. La bodega tenía una nave enorme con grandes tinajas donde se vendía el vino a granel. Sus dos hijos lo ayudaban en el negocio, aunque la vida de ambos estuvo realmente vinculada a Correos, que estaba en Donoso Cortés, en un edificio con una galería acristalada muy bonita y un montón de dependencias hechas a base de estructuras de madera. Aquello estaba lleno de sacas por todos lados. Trabajaban allí don José Granados, Pino, Bote, Morcillo, Juan García, al que todos llamaban El poeta cartero , y muchos más, imposible citarlos a todos.

María del Pilar Floriano trabajaba en el Negociado de Obras del Ayuntamiento de Cáceres cuando en el ayuntamiento trabajaban 20 o 25 personas, no como ahora, que está allí medio Cáceres. Entre sus compañeros estaban Manoli Vela; José Luis Hernández; su primo Santos Floriano, que llevaba el tema de nóminas; Petri, que se casó con Angel, el de Calzados El Cañón; Pepita Bravo Perera, mujer de Angel Marchena...

La burguesía cacereña residía entonces en San Pedro y en Pintores. Caleros era un barrio de gente trabajadora, dedicada en su mayoría al comercio, donde vivían Santos y doña Marina, sus cuatro hijas, con sus maridos y todos sus hijos, que ocupaban casi tribalmente aquella casa enorme de Caleros con siete balcones, jardín y terraza, múltiples salones y dormitorios, con área de verano y de invierno y un zulo abovedado donde se guardaba el aceite y que sirvió de refugio a muchos cacereños durante el bombardeo a la ciudad en la guerra civil.

En la casa llegaron a vivir 17 personas. Entre ellos, claro, los hijos de Manuel y María del Pilar: Pedro Manuel, que estuvo durante 15 años en el escuadrón real y ahora es piloto de Iberia, Jesús, que es director del BBVA en Zaragoza, y Santos, director del Patronato de Turismo de Cáceres. También vivían los hijos de Germán y Carmen: Germán, asesor jurídico de Caja Extremadura, Antonio, juez de la Audiencia de Cáceres, José María, abogado de la diputación y concejal en el ayuntamiento, y Santiago, tristemente fallecido y que trabajaba en el Colegio de Abogados de Cáceres, del que era informático.

La vida de aquellos niños fue muy feliz. Acudían al San Antonio con Santiago y Pepe Marta, los Vioque, los Murillo... donde les daban clase don Joaquín Valencia; la señorita Emilia, que era la de Francés; Jesús Vivas; Roberto, el de Ciencias; Eusebio Isarría, casado con Pilar; el padre Manolo, que era de Griego; el padre Serafín Chamorro; el padre Antonio Corredor; el padre Pacífico... Las carteras y el material escolar lo compraban en La Minerva, los zapatos en Martín y Peña, y las raspaduras de los pasteles en el horno de San Fernando, que estaba en Moret.

Como había muy poca diferencia de edad los siete primos Floriano jugaban siempre juntos. Germán y Carmen vivían en la parte de abajo de la casa y arriba había dos viviendas: una estaba destinada para los abuelos Santos y Marina y una de sus hijas, Ana María; la otra para Manuel y María del Pilar. Pero todos compartían todo: comían juntos, cenaban juntos, juntos iban al colegio...

Las primeras comuniones

Los cumpleaños de los abuelos eran inolvidables, igual que las noches de Reyes. Las primeras comuniones se celebraban en el patio y, como era un día grande, siempre se preparaba un chocolate con bizcocho (nada que ver con lo de ahora, que las comuniones son más bodas que comuniones). Cuando llegaba el verano se marchaban a Cádiz a una casa de huéspedes, tuvieron un 600 y un 4 L. La cuesta de la media fanega la subían en cuatro tandas y en llegar a Cádiz tardaban por lo menos 12 horas porque había que parar varias veces a echarle agua al radiador. Cuando volvían el verano concluía en la Montaña, donde tenían una casa. Y allí volvían a juntarse todos, con la familia de los Rivero, de los Valverde, de los Cerezo...

Y cada 13 de junio la cita ineludible con San Antonio, de cuya ermita fueron ermitañas Inocencia, Juana Fernández Sancho y Visitación Avila Santano. Cuando llegaba la novena, Santos Benítez, el hijo de María del Pilar, ayudaba al cura en los preparativos. Por allí pasaron el padre Antonio Corredor, el padre Angel, el padre Manolo, todos del San Antonio, hasta que la ermita pasó a depender de San Mateo y fueron los hermanos de la Preciosa Sangre los que se quedaron al cargo del culto. De la decoración del paso se ocupó durante años Francisco Jardín Arribas (el famoso Curro ), y ahora lo hace el estilista Sergio Bejarano Carrasco. La mayordomía la ejercen en la actualidad Santos Benítez y su mujer, Celia Vegas.

Pasa el tiempo pero Cáceres sigue respondiendo en masa a esa procesión de San Antonio, el santo de los enamorados, aquel al que los Floriano acudían cada 13 de junio en los años en que los libros se compraban en La Minerva, los zapatos en Peña y en Martín, y camino de la ermita parabas en el Horno de San Fernando para que las raspaduras de pasteles endulzaran tu garganta rumbo a la judería en busca del sueño del amor.