Proseguimos caminando por Caleros y, al llegar a la encrucijada con Tenerías, nos detenemos un momento. Esta calle se denominó también la Alberca y en ella se levantaba ---allá por el siglo XV-- el convento de San Lorenzo, del que muy poco sabemos, únicamente que era de religiosas. También éste era el emplazamiento de la ermita de San Lázaro (no confundir con la frontera al ábside de Santiago), de la que se poseen algunos datos, como el de que en 1695 se encontraba necesitada de reformas y que el artista Mateo Hurones, pintor y estofador, trabajó en ella a comienzos del XVIII. Ni del convento ni de la ermita queda rastro alguno.

Sí queda en pie y abierta al culto, la ermita de Santa María de Guadalupe, popularmente conocida como ermita del Vaquero, levantada en el lugar en el que, según la tradición, nació y vivió el pastor Gil Cordero, a quien se le apareció la Virgen Santísima indicándole el lugar exacto de la ubicación de su sagrada imagen y la ubicación concreta de dónde se le debía levantar su santuario. Es tan conocida la leyenda (con resurrección incluida, para curar las incredulidad de los vecinos) que inútil será transcribirla.

Sí señalaré que otro de los principales nombres profundamente vinculados con Guadalupe (puesto que la lista completa sería interminable) era otro cacereño. Me estoy refiriendo a fray Fernando Yáñez de Figueroa, fundador --junto a Alonso Fernández Pecha-- de la orden jerónima y primer prior del monasterio de Guadalupe. Hijo de Juan Fernández de la Cámara Sotomayor y de María Yáñez de Figueroa, alcanzó notables cargos en las cortes de Alfonso XI y Pedro I, hasta que renunció al mundo. Como de costumbre, nadie se acuerda de él en esta ciudad.

Volviendo a la calle de Caleros, nos encontramos con la dicha ermita. Con el correr de los tiempos, más concretamente a comienzos del siglo XVII, existía en este lugar una casa de mala nota (un prostíbulo, para entendernos) y el concejo intentó comprar el edificio en varias ocasiones, entre 1612 y 1620, pero la propietaria se opuso. Años más tarde Juan de Sande Carvajal, presidente del Consejo de Hacienda, consiguió adquirir la vivienda y comenzaron entonces las obras. Estas se prolongaron hasta 1665 y fueron realizadas, en su mayor parte, por Sebastián de Acosta, consagrándose el templo el 11 de diciembre de 1668.

La ermita no se encuentra exenta, sino que forma parte del trazado de la vía, siendo su fachada lo único visible al exterior. Presenta una equilibrada portada clasicista, rematada por una hornacina con retropilastras y frontón, que alberga una granítica imagen de bulto redondo de la Virgen de Guadalupe. El interior es de una sola nave, y destaca la cúpula de media naranja sustentada por lunetos. En el interior existen dos bellas lámparas dieciochescas de plata, una de ella, con el punzón del maestro madrileño Juan Sevillano. Posee sacristía, desde la que se accede a un interesante camarín poligonal, con notables decoraciones en yesería.

El presbiterio está presidido por el retablo que talló Juan Bravo y pintó y doró Francisco Mendo Montejo, artista inquieto en aquellos años, algunas de cuyas obras ya hemos contemplado. Está presidido por una imagen de vestir de la Virgen de Guadalupe, patrona de Extremadura, Reina de las Españas, gran devoción en todo el mundo y el símbolo más universal de Extremadura. Pero hay otras cuestiones interesantes en el retablo. Se encuentra coronado por un crucifijo elefantino y alberga curiosas pinturas de diversos santos: San Francisco, San Pedro, Santa Lucía, San Ildefonso, San Antonio, San Diego, San Juan Apóstol y la Aparición de la Virgen a Gil Cordero, en el banco del retablo. Y flanqueando la sagrada imagen, cuatro pinturas de mayor tamaño: Santa Eulalia, Santa Lucía, San Benito y San Jonás.

Los tres primeros, como saben, han gozado de gran devoción en Cáceres: Santa Eulalia nació aquí, en el Pago Ponciano; Santa Lucía posee una ermita de gran tradición, San Benito tuvo tres ermitas (de la que sólo queda una en el Alcor, cercana a las de las dos mártires)... Pero, ¿y San Jonás? Pues San Jonás fue, ni más ni menos, que el introductor del cristianismo en Cáceres, lugar en el que fue martirizado en tiempos de Domiciano. Siendo así, un santo mártir del siglo I, que predicó aquí el Evangelio, ¿por qué nadie lo conoce ni le reza? ¿Cuál fue el motivo de su olvido y la falta de devoción? Me temo, que sería difícil dar una respuesta, como difícil es entender que Cáceres nunca levantara un gran templo a su patrón San Jorge.

Dejo la ermita del Vaquero, retomo mi camino de vuelta y pienso en las Villuercas, en mi Virgen morena, y comienzo a tararear su himno, pero, de repente, algo me distrae y lo que viene a mi cabeza es la jota: me gusta lo moreno/ desde que supe/ que morena es la Virgen/ de Guadalupe. En el fondo, creo que no son tan terribles los veranos. Hasta la próxima semana. Sean buenos.