Como la mayoría de los españoles, los cacereños tenemos un patrón y una patrona. Y, como la mayoría de los españoles, uno de los dos es muy conocido y el otro el gran olvidado. De la patrona poco se puede decir que no se haya dicho ya pues probablemente no exista ninguna ciudad que trate a su patrona con tanta deferencia y le tenga el fervor que los cacereños manifiestan hacia la Virgen de la Montaña. Sin embargo el patrón parece que no merece mucha dedicación. Quizás se deba a que no es tan milagroso. En primer lugar se debe resaltar que no hay una sola ermita o iglesia con el nombre de san Jorge y, sorprendentemente, ni siquiera tiene novena. No extraña que nadie se acuerde de él salvo el día de la cabalgata y que algunos solamente le recordemos por las hogueras en los barrios y las batallas con brevas. Tiene una plaza a su nombre de milagro y muy recientemente y tan pocas representaciones en imágenes que no se si alguien conoce alguna más de la que preside dicha plaza. Tampoco es un nombre con el que se bautice frecuentemente a los niños cacereños. La razón de que sea nuestro patrón radica en que el día 23 de abril, aniversario de su muerte, fue conquistada la ciudad definitivamente a los árabes, hecho en el que nada tuvo que ver la mediación del santo pues ni emuló a Santiago en Clavijo ni hubo doncella que rescatar, ni dragón al que matar. Puesto que no le tenemos devoción no debe extrañar que tampoco haya hecho mella en nosotros su condición de paladín en la lucha contra el mal. En la imaginería y la leyenda el santo luchaba con el dragón y aunque ya no hay dragones de esa condición, si es que alguna vez los hubo tan malignos, el mal sigue existiendo entre nosotros y no parece que estemos muy dispuestos a luchar contra él. El dragón de hoy es la desidia, el conformismo, la resignación, la comodidad, la falta de iniciativa pero son muy pocos los cacereños que se enfrentan a ellos y menos aún los que logran vencerlos.