El bullicio de un lunes por la mañana en la calle San Pedro se transforma en calma a medida que se acerca el mediodía. El comercio se va a comer y San Juan parece un desierto urbano donde sólo quedan la escultura de Leoncia y algún turista despistado que ha alargado el fin de semana en el corazón de la ciudad.

Sin embargo, ayer fue diferente. La música callejera de Carlos Bannik, un cantautor de El Barco de Avila que hizo escala en Cáceres procedente de Sevilla, llenó de frescura y melancolía una de las arterias cacereñas por excelencia.

Con su moderna guitarra y un potente amplificador, forma parte de los nuevos nómadas de las tribus del siglo XXI, una especie en extinción ante las dificultades que encuentra para tocar en la calle. "Es duro, pero elegí esta forma de vida. Trabajé en una refinería de Cartagena y, tras un viaje a Méjico, decidí dedicarme a esto", afirma con un tono amable mientras acaricia las cuerdas. Y lleva ya quince años tocando, los últimos seis en el parque del Retiro "hasta que Gallardón y Aguirre han sacado una normativa que se está cargando los espectáculos de calle en Madrid".

Carlos Bannik canta canciones de Sabina, con el que aparece muy sonriente en una fotografía colocada a los pies del público que se para, le escucha boquiabierto y le aplaude. Acompaña también su web personal --www.acaba.es/carlosbannik/ -- y un contacto. "Trato de retroalimentarme con la energía de los demás y la mía. Cuando la veo mala, me voy", asegura.

La calle es para él "un termómetro de la vida diaria desde la que se ve todo" y dice que "te da mucho y también te quita". Su reencuentro con Cáceres se produjo ayer tras haber pisado tiempo atrás como actor el escenario del Gran Teatro, con Juan Margallo y Petra Martínez para poner en escena la obra Cantos para el final del milenio .

Luego descubrió que los textos de Joaquín Sabina se parecían a su vida y decidió cantarlos en la calle. Carlos Bannik demostró en San Juan que la calidad también se encuentra en las aceras.