Antonio Dionisio Acedo nació en el número 8 de Barrio de Luna. Su padre, Lázaro, era barrendero del ayuntamiento, su madre, Catalina, llevaba cántaros de agua. Fue el mayor de cinco hermanos: Concepción, Carmen, Angelita (ya fallecida) y Sebastián. Sus amigos eran Pedro y Julián; si querían jugar, cogían un papel, le ataban unas cuerdas y hacían una pelota. Antonio fue poco a la escuela. Le daba lecciones por la noche un profesor de las casas de Carrasco, pero como el sueldo de su padre era de 7 pesetas, a los tres meses tuvo que abandonar y hasta la enciclopedia le dejó al maestro como empeño.

Entonces Antonio se puso a vender por San Juan el EXTREMADURA y la lotería de los ciegos. También se llevaba comisión vendiendo en el Norba y el Gran Teatro los cacahuetes, almendras saladas y garrapiñadas de una mujer que vivía por Santa Apolonia. Otro de sus oficios fue la venta de butacas en la plaza de toros, que hacía con hojas del EXTREMADURA cosidas con paja dentro. Así estuvo hasta que consiguió entrar en la repostería Toledo.

Toledo era en realidad una franquicia cacereña de la época que llevaba don Amadeo de San Eugenio Pavo y que tenía, además de la repostería del número 10 de San Pedro, un hotel y un café en los soportales de la plaza. En la repostería, Antonio limpiaba los cristales, el escaparate y recogía los pasteles del obrador que había en San Jorge, donde están las tiendas de souvenirs.

A los 22 se fue a los Regulares número 1 de Tetuán. Al volver se casó con Angela, que murió hace cuatro años. Angela trabajaba en casa de Valverde, que tenía su consulta de garganta, nariz y oido en Cánovas, donde el Instituto Nacional de Previsión (vamos, en la Perra Gorda). Se conocieron en la repostería, a la que ella acudía a comprar la leche para los Valverde cada mañana. Frecuentaban los vermuts a granel de Jacinto, el del Iberia, y de ahí se iban al Capitol.

Cuando se casaron se fueron a Aguas Vivas donde sus suegros tenían una habitación, echaron el techo y comenzaron una vida juntos. Tuvieron 7 hijos, de los que viven 3: Antonio, Rosa y María. En 1957, Manuel Villarroel, dueño del bar Los Manolos, de San Juan, le propuso dejar el Toledo y abrir en la calle El Brocense (hoy Paneras) un bar al que llamaron El Sanatorio y que entonces estaba frente a Calzados Carpu, que regentaba Corcobado, que se casó con la dueña del Cine Capitol. Antonio llevaba El Sanatorio y a cambio pagaba un dinero a los dueños del edificio: el propio Villarroel, Rosendo Caso y Macario Pérez Andrada, El Polilla, el del Garaje España de Gil Cordero, que fue el primer aparcamiento de Cáceres.

El Sanatorio tuvo tanto éxito que Antonio encargaba a diario 30 docenas de huevos de Luis Plaza (era de Garrovillas y tenía un taxi) y 500 bollos que compraba en la Romualda, (frente a la Audiencia), y en Alfonso Márquez (en Alfonso IX). El vino se lo traían los Higuero de Montánchez. Vendía dos cervezas, Cruz del Campo , del almacén de coloniales que Rincón tenía en la Cruz, y El Aguila , que la llevaba Piñero, que tenía el negocio en Aldea Moret, junto a Ramón Criado, el de la empresa de frío industrial.

El Sanatorio --allí hay ahora una mercería-- se dividía en salas. El Quirófano era la cocina, donde estaba Angela de cocinera, y la Sala de Espera era el mostrador, donde estaban de camareros Antonio, Pedro Picapiedra y El Salivilla , que era de Villafranca de los Barros.

Otros compartimentos eran el Botiquín (la nevera); los Rayos X (la tele); la Sala de Urgencias (el water), y la Sala de Recuperación, que era la habitación contigua con 4 mesitas en las que se sentaban a comer los clientes que venían de los pueblos.

Antonio recitaba de carrerilla sus 32 platos: "¡¡¡Gambas rebozadas, cocidas, al ajillo, prueba de cerdo, hígado, toro de mar con tomate, calaaaaamaaaaareeeeees...!!!" . Atentos escuchaban la retahíla sus clientes: Borrasca el tratante, Jacinto López el carnicero, Anita la de la pescadería, y su marido Antonio García Congregado.

En 1976 dejó el negocio dispuesto a abrir en Rodríguez Moñino una cervecería a la que iba a llamar La Gamba. Pero su cuñado Belchite, carpintero, le aconsejó: "Antonio, ¿por qué no abres una ferretería?" . ¿Una ferretería?, se preguntó Antonio. Pues sí...

Entonces sólo existían en Cáceres los almacenes de los sobrinos de Gabino Díez, en la Cruz, y Patricio Fernández, que estaba donde el BBVA de Cánovas. Y ¡atención!, en los dos sitios vendían las púas en cajas de 3 kilos. Y claro, no todo el mundo que buscara una púa iba a querer llevarse ¡3 kilos de púas¡. Así que Antonio apostó por una ferretería al pormenor, que llamaría Diosan y que vendía las púas una a una, vamos que no había que llevarse a casa el paquete de ¡3 kilos!. El negocio lo llevan hoy sus tres hijos.

El Museo Municipal

El Sanatorio vendía bocatas de calamares que estaban tan buenos que te curaban todos los males. Se vendían a 6 pesetas y los compraban mucho los del San Antonio. Bueno, los del San Antonio y Franquete, que el lunes fue a la reapertura del Museo Municipal, conocido por Casa Mirón.

Del museo destacan los carteles de la Feria de Mayo. Hay uno de 1911 que presenta la atracción del Cocherito de Bilbao y Gaona, que entonces era como traer a Cáceres a Bisbal. Luego está la sala que exhibe aquel despacho de Alcaldía que se regaló a Alfonso XII cuando vino a inaugurar el ferrocarril en 1880. ¡Ah!, también le regalaron ¡un orinal! El último alcalde que usó estos muebles fue Saponi. Del orinal no se ha vuelto a tener noticias desde 1880.

Pero de todas las salas destaca una: la del archivo histórico de Juan Ramón Marchena, jefe de protocolo de 13 alcaldes de la ciudad. Allí estaba su viuda, Luisina, emocionada al ver a gran formato la historia de Cáceres. JuanRa, no te olvidamos.

Cuando los invitados habían recorrido las dependencias, un gran desasosiego corrió por el museo: "¿Dónde están las fotografías de los hijos adoptivos y predilectos de la ciudad que colgaban en las paredes?" . Parece que entre los ilustres había mucha camisa azul y estaba hasta Blas Piñar, así que las han borrado del mapa, vamos, que las han embalado.

El mal rollo se olvidó cuando se escuchó la risa contagiosa de Palmira después de que, en presencia de Marian, Conchi Vaz (las tres, voluntarias de Cáceres Evocado), contara el siguiente chiste a la alcaldesa: "Un alcalde quería pintar el ayuntamiento y pidió presupuesto a un francés, a un inglés y a un español. El francés le pidió 3.000 euros. ¡Uy, 3.000 euros, qué barbaridad!, contestó el alcalde. El inglés pidió 6.000 euros. ¡Uy, 6.000, qué barbaridad!, repitió el alcalde. Hasta que llegó el español, que pidió ¡¡7.000!!. ¿7.000 euros?, preguntó asombrado el alcalde. Y el español contestó: ¡Claro, alcalde, 3.000 para ti, 3.000 para mí y con lo que sobra pagamos al pintor" .

Carlos Pazos, profesor en Magisterio (dice que da clase de eufemismos), expone en Vivaldi fotos de su serie Poema en palacio ; acudieron Luis Casero, Sebastián, Fernando Carvajal....

Cierra la noche y al amanecer Cáceres se sienta en Paneras a la espera de que Antonio abra El Sanatorio y suelte su curativa retahíla: "¡¡¡Gambas rebozadas, cocidas, al ajillo, prueba de cerdo, hígado, toro de mar con tomate, calaaaaamaaaaareeeeees....!!!" .