A Gertjan de Zoete, un holandés que lleva casi cinco años viviendo en Jaraicejo, siempre le gustó la ornitología. Los pájaros se convirtieron en su pasión y en Extremadura encontró el lugar ideal para disfrutar de ellos. Ahora ya es uno de los miembros de la comunidad holandesa que cambió su país de nacimiento en el norte de Europa por el paisaje cacereño. Y está feliz, muy feliz, como el resto de compatriotas que el pasado sábado se reunieron, como es tradicional una vez al año, para compartir mesa y mantel, esta vez en el asador del santuario de la Montaña.

Con alrededor de una treintena de emigrantes, Holanda tiene una extensión similar a la de la comunidad autónoma extremeña. "Pero aquí hay un millón de habitantes y, en mi país, quince", recuerda la escultora Lucia Beijlsmit que, con su marido Jasper Quak, regenta en Salorino la casa de los holandeses en la que ofrece un jardín ornamental de esculturas. Al igual que el ornitólogo Gertjan de Zoete, decidió asentarse en Extremadura tras haber admirado en viajes la belleza de su naturaleza.

Sin embargo, la historia de otros holandeses como Pieter Jan van der Linden, de 47 años, es bien distinta. Dejó Rotterdam hace cinco años y se vino a buscar trabajo a Cáceres. No sabía nada del lugar ni del idioma. En septiembre del año pasado se casó con Anabel, extremeña y trabaja en mantenimiento en un colegio. Ha vivido en Santa Marta de Magasca y ha sido uno de los impulsores de la reunión de compatriotas en Cáceres tras las dos anteriores en Trujillo y Salorino --se puede contactar con ellos en la dirección abdenheldhotmail.com --.

De Extremadura asegura que sobre todo le gusta "el campo" y deja claro que la experiencia ha valido la pena. "La diferencia con Holanda es muy simple: allí lo primero es el dinero y luego la vida; aquí pasa al revés". Tiene claro que se quedará para siempre en tierra extremeña. "Quiero morir aquí", afirma. Y es que, aunque por sus venas corra sangre holandesa, tiene alma cacereña.