Soy la hija de Isidro Rufo Moreno. Esta es mi carta de presentación de los 35 días que mi padre ha estado ingresado en el hospital San Pedro de Alcántara, de Cáceres, hasta su muerte. Con este escrito quiero conseguir dos objetivos.

Primero. Animar a todas aquellas personas que hayan pasado por lo mismo o similar a que no se callen, que no piensen "¿para qué voy a decirlo o denunciarlo si no voy a conseguir nada? Son todos iguales, todos se tapan". Si todos denunciáramos aquello que no es correcto podríamos lograrlo, ya que una voz no es lo mismo que mil voces. Si algo puede cambiar lo que está mal somos las personas.

Segundo. Dirigirme a todas las personas que trabajan en los hospitales, desde la que está llevando la fregona, poniendo la cuña, recogiendo la orina, poniendo el termómetro, levantando a los enfermos, poniendo los goteros, supervisando la organización de las plantas, sacando la sangre, llevando las camas de un sitio a otro, preparando el quirófano y un largo etcétera, hasta las personas que cogen el bisturí y ponemos nuestras vidas en sus manos. A todas estas personas, independientemente del grado que tengan o de lo que cobren todos los meses, les pido que tengan humanidad y educación, que no son asignaturas que se aprenden en las escuelas de enfermería ni en la carrera de medicina o en las oposiciones de un puesto de trabajo para toda la vida. Eso se tiene o no se tiene. Aquellos que realizan un trabajo en los hospitales, sea cual sea ya que todos son importantes, si carecen de humanidad y educación, que lo dejen o los despidan y se vayan a poner tornillos a una fábrica.

Este es mi propósito: denunciar todo lo que hemos estado pasando con mi padre, que estando muy enfermo, se encontró con estas personas, las cuales le provocaron situaciones mucho más dolorosas que su propia enfermedad. Mi familia, que nos hicimos una piña, es decir, nos unimos más de lo que estábamos alrededor de mi padre, velando las 24 horas del día, no pudimos evitar situaciones como las que voy a describir.

Al levantar a mi padre de la cama para sentarlo en el sillón, a las señoritas se les olvidó desenchufarle de la parede las sondas que tenía metidas por la nariz, arrancándoselas y ocasionándole que tuvieran que volver a metérselas con el consiguiente dolor. Esto ocurrió en dos ocasiones.

Otro día, después de ponerle los goteros, nos dimos cuenta de que mi padre estaba en un charco de sangre porque alguien se había dejado la vía abierta, pero nos dijeron que la sangre era muy escandalosa y que no era para tanto.

En uno de los siete cambios de habitación (en 35 días), la cama de al lado tenía mucosidad pegada desde no se sabe cuándo, los cristales estaban tan sucios que parecía que había llovido. Mi asombro es que en los 35 días que hemos estado en el hospital, nunca he visto limpiar las ventanas de las habitaciones.

Nos dimos cuenta de que para los dos enfermos que compartían habitación sólo había una palangana con la que lavaban a los dos. Cuando mi madre se lo dijo a la auxiliar, ésta se enfrentó con ella y le dijo que no podía estar en todo ya que tenía mucho trabajo y que estaba levantada desde las 8 de la mañana, que mi padre no era el único enfermo que había que atender.

Teníamos que estar contínuamente pidiendo gasas, guantes que nos los daban a cuenta gotas, y todo para hacer el trabajo que en teoría debería hacer ellas.

Se preguntarán por qué aguantamos y no protestamos, pues porque nos dimos cuenta que si nos quejábamos o éramos demasiado pesados, al final lo pagaban con el enfermo, ya que mi padre protestaba de que algunas personas, al lavarlo, lo realizaban mecánicamente y le hacían daño. Esas personas le decían que estaba muy mimado por su familia.

Cambio de habitación

Los tres últimos días antes de la última operación, pedimos suplicando por favor un cambio de habitación, pues el enfermo que teníamos al lado estaba recién operado y provocaba una situación que puso a mi padre muy nervioso, ya que empezó a delirar y a expulsar vómitos de sangre. Hablé con los médicos y me respondieron que si pensaba que mi padre estaba en un hotel para pedir la suite. Yo sólo pedía que los tres últimos días de vida de mi padre fueran los más tranquilos posibles.

Nos hicieron el cambio y nos pusieron con un enfermo terminal de cáncer que suplicaba a todas horas que quería morirse por el sufrimiento que tenía. En cambio, al otro enfermo de la habitación anterior le quedaron solo.

Esto va dirigido a la persona que debe hacer los cambios y jugar con las camas que tiene, siempre pensando en los enfermos, para que sufran lo menos posible. Si hubiese querido lo hubiese hecho, ya que hay solución para todo, excepto para la muerte.

El día que mi padre vomitó sangre se llamó al timbre pero no acudió nadie. Entre mi madre y otra señora que estaba en la habitación lo recogieron y al ver que no venía nadie, se fueron la mostrador con el vómito recogido en un papel, y le contestaron que eso lo tirara, que no servía para nada. Mi madre estaba asustada y sólo quería que lo viese el médico.

Con todo lo que hemos vivido desgraciadamente en estos 35 días, no me gustaría volverlo a pasar con nadie de mi familia, ni con ninguna otra persona. Se tiene que poner remedio a todas estas deficiencias humanas. Por lo tanto, voy a poner hojas de reclamaciones, denuncias, cartas al periódico y hablar con quien sea necesario para intentar que no vuelva a ocurrir y que esta profesión tan vocacional como es la sanidad no se vea manchada por cuatro mal educados que no tienen corazón y que lo único que les preocupa es cobrar a final de cada mes y trabajar lo menos posible.

Lo mismo que he denunciado todas estas situaciones quiero agradecer a esos médicos, enfermeras, auxiliares, limpiadoras... que desgraciadamente son tan pocos, el trato tan humano, educado y profesional que desarrollan cada día y con cada paciente y familiares.

Ojalá todos los hospitales contaran con este personal, al cual no me canso de agradecerles lo mucho que han luchado por ayudar a mi padre y a nosotros.