Que la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad y el respeto a la ley y a los derechos de los demás, tal como viene reflejado en la Constitución, es un espejismo plasmado únicamente en el papel y que la hipocresía reina a menudo y cada vez más nuestra sociedad, son claras evidencias con las que nos topamos continuamente.

Y lo que es evidente también por encima de todo, es que cada uno pinta el cuadro a su gusto creando una confusión y desesperación total en algunos ciudadanos como yo, que observan atónitos cómo se degrada su bienestar y salud todas las semanas debido a los ruidos insoportables que se generan en mi calle: la bella y paradisíaca plazuela de Santo Domingo.

Desconozco las cuestiones que motivan la violación de los derechos citados, y que las autoridades correspondientes dan lugar con su permisividad inaudita. Quizás, y debido a nuestras aspiraciones europeas de cara al 2016, se haya firmado un acuerdo con Ridley Scott para el rodaje en nuestras calles de ´El reino de los porros´. O mejor aún, la continuación de la obra de Tolkien, ´El señor de los litrillos´. Lo desconozco.

Paralelamente y con la esperanza de que entre tanta frustración surja la ansiada justicia e igualdad, se ve acrecentado aún más el desconcierto cuando un policía local declara en un artículo de prensa que a quien le tiene miedo verdaderamente es al ciudadano normal, no al ladrón ni al delincuente, si no al ciudadano normal, indicando en su profunda reflexión e incluyendo dentro del temido grupo, a los jóvenes que en nuestras calles todavía permanecen ejerciendo el botellón prohibido. Reflexión por cierto preocupante. Posteriormente, las autoridades se ahogan en elogios hacia un agente por la labor arriesgada ante un atraco que en definitiva fue fruto de su propio trabajo, aprovechándose tal acontecimiento para protestar por la situación de los municipales de nuestra ciudad en lo que a competencias y escasez de efectivos nacionales se refiere.

Y en medio de todo el embrollo, el ciudadano, que atónito y sorprendido observa el debate público determinando por consiguiente, que si la policía dice tener miedo y encima son pocos, ¿qué garantías de seguridad existen realmente?, ¿tendrá que solucionarlo entonces el ciudadano? Ese personaje que entre declaración y declaración continúa sufriendo el ataque de este núclao de juventud que dice ser solidaria y tolerante.

De este legado de la movida juvenil que basa su cultura en la diversión sin límites ni respeto. Este movimiento que se queja de que Cáceres ya no es lo que era antes. Y que conste, soy jóven y me divertí, me divierto y espero seguir haciéndolo, pero intentando reflejar siempre con mis actos el sentido común y el respeto y considerando que nuestra ciudad es algo más que fiesta y alcohol, que tales conceptos no van ligados al vandalismo y que, por supuesto, Cáceres se merece algo mejor.

Y añado, para concluir, que dichas actividades juveniles no se acercan en absoluto al verdadero significado de la palabra cultura y que, afortunadamente, aún existen jóvenes que saben realmente lo que es democracia y ejercen, por lo tanto el civismo y moral suficientes que requiere vivir en ella, aunque, a mi juicio y observando diariamente mi alrededor, haya cada vez menos.