El título de aquella entrañable novela de Miguel Delibes, versionada por la magnífica película de Mario Camússobre la vida rural en la España del siglo XX, ha distorsionado la noción de «santos inocentes» que teníamos los antiguos creyentes; los que estudiábamos la Historia Sagrada y la maldad de Herodes, ordenando matar a los niños recién nacidos, para deshacerse de Jesús, el futuro «Mesías».

Hoy, para nosotros, los «Santos Inocentes» son los miles de campesinos, abandonados cada uno en su rincón, que han decidido huir del inmenso espacio rural, donde son explotados, arruinados, menospreciados y dedicados a malvender el producto de su trabajo a las grandes corporaciones distribuidoras, que tienen en sus manos las «llaves» del mercado y de los precios.

Actualmente, se entiende por santos inocentes a los geniales personajes del inolvidable Delibes, con sus cualidades de sumisión, ignorancia, pobreza de bienes y de espíritu, con la aceptación pasiva de todos los padecimientos, desprecios y crueldades que los «señoritos» - como Iván, el «marquesito» - ocasionan a los criados y sirvientes, sometidos a las empresas intermediarias de la economía «neoliberal».

Los «santos inocentes» como Azarías, Paco «el Bajo», Régula, Quirce, Nieves, etc. hace tiempo que desaparecieron del paisaje social del campo castellano, andaluz o extremeño; y parece que pronto desaparecerán también las grajas - como la «Milana Bonita» - las piezas de caza y el resto de las especies zoológicas o botánicas; si se continúan los modos y modas de la agricultura actual; aniquilando hasta a los insectos, las yerbas y las estaciones climáticas, por contaminación, tratamientos químicos o calentamiento global; todo para obtener mayores rendimientos.

No me refiero solamente a los cientos de niños que se ahogan en el Mediterráneo por desidia y maldad de los países que le rodean. Por el egoísmo contumaz de los gobiernos que se niegan a acogerlos cuando los ven - desvalidos y abandonados - a merced de las crueles aguas del «Mare Nostrum». También quiero recordar a esos otros «santos inocentes» que mueren al caer en alguno de los «pozos» ilegales y ocultos que se abren en las fincas para no sé qué fines inconfesables. A los que quedan abandonados por sus familias, cuando ya no pueden alimentarlos y protegerlos a causa de la pobreza, de la indigencia y del hambre de sus progenitores. Aunque los culpables reales sean otros: los lejanos y anónimos, poderes económicos - bíblicos «adoradores del becerro de oro» - que han perdido, hace tiempo, el sentido de la caridad hacia los desvalidos.

De los niños que quedan desamparados en los éxodos de emigrantes pobres - «menas», creo que los nombran ahora las frías estadísticas - ; de los que son utilizados para mantener el tráfico de personas, de esclavos o de órganos, en países y sociedades cuya crueldad ya no conoce límites. De los que son encerrados en jaulas, en la frontera mexicana por los esbirros de Donald - que antiguamente era un pato muy ocurrente, y ahora no es más de un payaso cruel y despiadado - apartándoles de sus padres para evitar que entren en ese gran infierno de egoísmo, codicia y superficialidad que llaman: USA.

Quizá queden todavía ingenuos que consideren a estos tiempos - el III Milenio - una época de desarrollo, de riqueza y de felicidad de la raza humana, cuando sólo ve en su entorno avances tecnológicos que la inmensa mayoría de la Humanidad ni conoce ni aprovecha. Pero, en realidad, si se informa con cierta profundidad, solamente podrá ver la era histórica de mayores desgracias, catástrofes humanitarias, miseria económica y moral; con la única esperanza de ver a todo el Planeta arrasado por la avaricia e ignorancia de unos pocos.

¡Protejamos a los ángeles y a los santos inocentes! Pues sólo donde haya ángeles habrá paraísos.