Si es que se veía venir. Si los manteros tienen sus puestos de venta en la calle, si algunos gitanos venden fruta en la vía pública, si peruanos y ecuatorianos ofrecen tejidos en el suelo, si puedes encontrar puestos de flores en tu paseo, si algunos vendedores de lotería ofrecen la suerte en nuestras rúas, ¿por qué el alcalde no va a tener derecho a poner su despacho en la calle? Pagando, eso sí.

Es decir, que suponemos que pagará las tasas debidas por ocupación de vía pública y tendrá los permisos oportunos para instalarse.

Mira que si por carecer de permisos debe tener de vigilante a Agustín para que le avise y salir corriendo en cuanto aviste a un poli.

¿Y por qué esa necesidad de sacar el despacho a la calle? Hombre, ¿dónde está un cacereño? Pues si no tiene una gripe fortísima, en la calle.

Porque al fútbol van muy pocos, al baloncesto, cada día menos, en la biblioteca, aunque se llene, entran muy poquitos, a misa, menos que los de siempre.

En fin, que si quieres vender tu mercancía debes salir a la calle.

Y aquí surge otra cuestión. ¿En qué calle se instala? Tratándose del fundador de la ONG conocida por las siglas CTV (Cacereños de Toda la Vida) debería ubicarse en la popular calle Caleros, y si no es posible, en la carretera del santuario de la Virgen de la Montaña. Aunque tampoco estaría mal la avenida de la Virgen de la Montaña, que no en balde ya vive en dicha avenida y no por casualidad, que lo eligió a posta.

De manera que durante tu paseo, tras superar a varios vendedores, otros tantos pedigüeños, innumerables kioscos, farolas sin fin, baches incontables y baldosas levantadas y con agua recibes la alegría de ver a tu alcalde tras una mesita plegable, sentado en su sillita de tijera, sonriendo y ofreciéndote una rebaja del IBI, del agua, y de la cochera. ¿O no?