"Tengo asumido, y lo tengo claro, que él algún día me matará. Lo sé. Le llevará un año, dos, tres o 20 tal vez... Pero lo voy a seguir enfrentando porque ya no tengo miedo". Ivonne parece estar escribiendo su epitafio mientras traga saliva y mira fijamente tras la ventana de la habitación donde se desarrolla esta entrevista. Habla despacio, enciende un cigarrillo y relata su trágica batalla personal, una más a la que a diario se enfrentan miles de mujeres en España. Ivonne cuenta su historia a EL PERIODICO y lo hace con voz, pero también con rostro.

En Montevideo la infancia no fue fácil. ¿Cómo iba a serlo con 11 hermanos y una madre maltratada? "Un día le dijimos a mamá que eligiera entre él o nosotros. Ella nos eligió a nosotros. Pero éramos muchos y había que traerle comida a los pequeños. A los 13 años ya sabía lo que era ganarme el pan". Acostumbrada a una vida de obstáculos, el primer amor era un escape hacia la libertad.

"Cuando le conocí él acababa de atravesar una situación personal delicada. ¿Enamorarme? No sé, creo que mi error fue tener pena por él, porque estaba sufriendo mucho y mi intención era sacarlo del pozo en el que se encontraba. Lo pagué caro".

Ella tenía 21 años, salía de casa y era su primer hombre. Todo fue bien hasta que cuatro años después nació el niño. "El no entendía que nuestro hijo necesitara tanto mi atención". Al cabo de otros cuatro años nació la niña. "Ahí --dice-- fue cuando las cosas empeoraron. No quería que saliera a la calle, me controlaba mucho: que si había salido tarde, que si temprano... tonterías de él".

Los chicos crecen y deciden trasladarse a vivir al interior. Ivonne compra máquinas, monta un taller de costura y crea su pequeña empresa. "Decía que ya no disponía de todo el tiempo para él. Aunque no hubiera una razón para discutir siempre la encontraba". Poco después quitó el taller y abrió una mercería. "Decía que era muy simpática con la gente y con él no, pero no podía ser simpática con él porque yo no era feliz".

Cansada de la situación, cogió a sus hijos y se fue a casa de su madre. "Pero te dicen: dale otra oportunidad . ¡Maldita segunda oportunidad!, porque siempre están los reproches, porque por más que te digan que va a cambiar, no cambia". Pasaron seis años hasta que decidió dejar a su marido. La ocasión la encontró cuando su cuñado, que estaba en España, hizo un viaje a Uruguay. "El sabía de la relación tensa y me dijo que nos viniéramos. Entonces pensé: esta es mi oportunidad para escapar". Mil y pico de dólares le dieron los papeles y un pasaje hacia Lugo.

A los cuatro días su marido la encontró. "Estaba con mis hijos en casa de mi cuñada y llegó desencajado, sin pelo, dijo que se lo arrancó al verse solo". Juntos trataron de iniciar una nueva vida y alquilaron un cuarto sin ascensor. "Me volvía loca, estábamos durmiendo y me despertaba por la noche llorando. Una vez me dijo que había soñado que me había degollado".

Ivonne suspira para contar un episodio desgarrador. "Recuerdo que en la tele salió una mujer a la que su marido había tirado de un cuarto piso. El me dijo: Algo habrá hecho y añadió: Aquí también vivimos en un cuarto piso ". Ahí fue cuando tomó conciencia de que la situación era límite. "Le propongo que nos separemos y contesta: Antes que de otro, muerta".

La llegada a Cáceres

Decidió escapar. Con sus hijos estuvo en varios centros de acogida gallegos hasta llegar a la Casa de la Mujer de Cáceres. "Vinimos un día de lluvia tremendo del mes de diciembre. Nos dieron ropa, una habitación, salimos al salón y vimos a gente en nuestra misma situación. Mi idea de vida era tener una familia y ser feliz, pero ahí asumí lo que me estaba pasando".

A los ocho meses salieron del centro y alquilaron un piso. Su marido, que investigó en la vida laboral, los volvió a encontrar. Todos los fines de semana venía a verlos desde Lugo. "Me decía: Voy a esperar a la niña a la puerta del instituto y le voy a pegar un tiro, haz las maletas y vete, donde vayas te encontraré". Asegura que nunca le puso la mano encima, pero que el maltrato psicológico era constante: "Los fines de semana te encierras en tu casa y pones sillones, sillas, mesas en la puerta; temes que venga y mate a los tres... Y a raíz de todo esto es imposible que la depresión no llegue".

Pero un buen día se dijo que no podía continuar así y despertó. Empezó a interponer denuncias. En Lugo perdió dos juicios hasta que una cinta grabada que presentó como prueba le sirvió para ganar una vista en Cáceres. El 10 de noviembre vuelve a tener otro juicio.

Cuando su exmarido decidió trasladarse a vivir a Cáceres ella acudió al Centro de Atención a las Víctimas. Desde entonces lleva consigo un teléfono de protección y él tiene una orden de alejamiento. "No ha vuelto a molestarnos". Ella no ha vuelto a enamorarse. "Hoy por hoy ni me gritan ni me insultan. Ya perdoné una vez, dos veces no".