Se necesitan 570 gramos de harina, 95 de azúcar, 250 gramos de manteca, media cucharada de canela, 9 centilitros de vino, 6 centilitros de anís líquido y un poco de maña, para adentrarse en uno de los secretos guardados con celo en el obrador del convento de La Encarnación de Plasencia: la receta de sus roscos de vino. Ayer pudo comprobarlo el grupo que participó en el taller de la Feria del Dulce Conventual, dirigido por Angel Luis Bravo, jefe de cocina del restaurante Palacio de los Golfines. Hoy lo harán quienes participen en el último taller, en el que harán pastas de té según la receta del convento Madre de Dios de Coria.

"La gente se va encantada, porque hacen algo diferente a lo que habitual", explicaba Bravo sin dejar de amasar la mezcla de harina y manteca sobre el improvisado obrador en un salón del restaurante. A su alrededor, tres mesas de trabajo y cuatro grupos de aprendices que siguen sus instrucciones con más o menos fortuna.

"Yo habitualmente del bizcocho no paso", explicaba Conchi Amado sobre sus dotes de repostera. "Pero esto no parece difícil", añadía. Junto a ella, Montse Sánchez se afanaba con la masa mientras justificaba su presencia en el curso: "porque soy cocinillas cuando tengo tiempo, y la verdad es que estas recetas no las encuentras fácilmente".

En otra mesa, Nacho, el benjamín del grupo con 9 años, mostraba sus dotes culinarias trabajando con desparpajo la masa con el rodillo. "Nos gusta mucho la cocina a los dos", explicaba a su lado Isabel González, su madre. "Así que cuando me enteré del curso le apunté también a él", añadía.

Mientras la masa de Nacho estaba casi a punto para comenzar a cortarla con el molde de las roscas, en otro grupo se atascaban. "Creo que nosotras vamos a ir a septiembre", afirmaba una de sus integrantes, reclamando la ayuda de Bravo, que cogió las riendas de esa masa con la habilidad lógica del profesional. Unos minutos después, esa masa también estaba lista para cortar e ir al horno: "y van a estar buenísimas", les advertía tras probar un pellizco de la pasta.

Poco más de 10 minutos de horno --que los alumnos aprovecharon para dejar impoluta la zona de trabajo--, un poco de azúcar glas espolvoreado y llegó el momento de ver el resultado. No podía ser de otro modo: bocados de gloria.