El coronavirus ha cambiado el duelo. Lo sabe bien Antonio Pariente, sacerdote de la parroquia de San Blas, que explica: «En el sentido de la celebración, el duelo durante la pandemia ha supuesto un trauma para bastante gente». Admite que «en San Blas no ha afectado mucho al número de fallecidos, que básicamente han sido los mismos». Sin embargo, dice, «hay que tener en cuenta que durante la época dura, los meses de marzo, abril y mayo, podían estar ahí tres personas. Solamente tres y el cura, si decidían llamarle, y luego directamente al cementerio».

No hubo velatorios en el tanatorio, ni paso por la iglesia y el acompañamiento que se da allí. «Tres personas que llevaban al fallecido hasta la sepultura, y en ese momento se podía hacer un responso que duraba cuatro o cinco minutos, no más».

Indica que, tras ese periodo «he hecho algunos responsos de familias que han llamado, diciendo ‘Oiga, queríamos que fuera a hacer un responso allí, a la tumba, porque nosotros tuvimos que venir y enterrarle sin nada’. Si eres creyente, de una manera u otra, te gusta despedir a los tuyos a través de una celebración, acompañado por la gente que te quiere. Ha sido fuerte». Con la llegada de la nueva normalidad, la situación se ha «suavizado» por el momento, comenta el sacerdote. «En San Blas, si quieren hacer el funeral en la iglesia ya pueden acompañarles más personas», lo cual «aunque no se haga lo de dar el beso o un abrazo con el pésame, ya es algo». Pariente añade, sin embargo, que «no sé cómo será con este repunte, si volverán a reducir el número». (Actualmente en Cáceres los velatorios podrán celebrarse, tanto en espacios públicos como privados, con un máximo de veinticinco personas en espacios al aire libre o quince en espacios cerrados).

Desde la perspectiva de la fe, Pariente alude al hecho de que «para las personas religiosas, desde la profundidad de la creencia de cada uno... quien valore la presencia de Dios junto a ellos en esos momentos de dolor, y no la pueda tener… Supone algo muy duro. Porque algunos necesitan eso: lo sienten, lo viven. Y si alguien lo vive, no puedes quitárselo».

Recuerda que «hubo una época en marzo, cuando empezó lo peor, que las funerarias estaban tan desbordadas algunos días... con 15 o 20 defunciones… que ni siquiera llamaban a las parroquias. Según se morían, los enterraban y ya está. Entonces hubo una llamada de atención por parte del obispado, un recordatorio de que las parroquias estaban a disposición, como siempre, para los que quisieran». Y hace hincapié en que «para esas personas, sean el número que sean y sean cuantos sean, con que haya una que lo sienta con esa profundidad, es algo importante. Los que han vivido la defunción en esos momentos, y verdaderamente sentían esa necesidad... tiene que haber sido muy traumático», concluye.