Aseguran los técnicos que los muñequitos y colores que presentan los semáforos tienen un significado e inducen a un determinado comportamiento. Sin embargo, los ciudadanos no lo tenemos muy claro. Con frecuencia se puede observar que los peatones hacemos caso omiso del color y los conductores hacen lo propio. No parece que sea cosa de las prisas, pues pocas puede tener un jubilado a no ser que le urja llegar a la UCI prematuramente víctima de un atropello. Nuestro ayuntamiento, siempre tan preocupado por el bienestar de los cacereños, pensó que acaso se debiera a defectos de visibilidad, bien por causa de los semáforos o bien por la pandemia propia de nuestra ciudad y, diligentemente, se ha gastado un pastón en dotar a los indicadores de miles de nuevas bombillitas cuya visión no pueden entorpecer ni el sol ni la oscuridad. ¿Servirá para algo tanto desvelo y gasto? Aún es pronto para tener datos fiables, pero no tardando mucho se harán encuestas y estudios que demostrarán que este comportamiento no se debe a defectos visuales ni a la mala calidad de semáforos. Se debe a que no tenemos educación cívica. Y no será por falta de instrucción, pues en los colegios se esmeran y es habitual encontrar a unos padres esperando en un cruce mientras explican a sus retoños los pormenores de los colores y los muñequitos. Al parecer, la explicación paterna enraíza menos que el ejemplo que les damos a esos niños cruzando en rojo mientras escuchan la lección.