Dice un antiguo refrán: días y ollas hacen grandes obras. El viernes, con la inauguración del curso del Seminario, el Colegio Diocesano y todas las escuelas de formación de la Diócesis de Coria-Cáceres, se reabría el edificio del seminario, después de cuatro años de obras.

Los clásicos sabían que las grandes obras no se culminan en poco tiempo. Días y ollas quiere decir tiempo y mano de obra. Uno sabe cuándo empiezan las obras, pero no siempre cuándo terminan. Por mucho que se pongan plazos, al final siempre surgen imprevistos y los benditos remates finales parece que no dejan de surgir: que si al pintor se le olvidó pintar un rincón, que si este grifo no está bien apretado, que si aquella luz no enciende, que si el material de acabado de no sé qué no ha llegado, que si hay que probar todos y cada uno de los sistemas, etc., etc., etc.

Más de trescientas personas pudieron comprobar el viernes que el seminario luce con una nueva imagen. Digo luce, porque una de las características más visibles es la luminosidad del edificio y el cuidado de muchos de sus detalles: el amor y la fe, en las obras se ven, dice otro refrán popular, que, aunque más bien se refiere al comportamiento personal, bien se puede aplicar al resultado final del cuidado y esmero puesto en la misma construcción.

Sólo queda ahora que el Seminario cumpla con su misión y lo haga con esmero: la formación de los seminaristas, de muchos seminaristas, y se abra a todas las realidades de la diócesis, para el estudio, la convivencia, el encuentro y la oración. Puede que para todo esto tengan que pasar aún unos días, mientras se pulen lo últimos detalles, se ponen en marcha las instalaciones y se amuebla dignamente. Entre tanto, podemos felicitarnos porque el emblemático edifico del Seminario vuelve a estar operativo y listo para ofrecer muchas oportunidades.