Debe preocuparse Cesar Rincón después de los visto ayer. Si como torero lo ha demostrado todo y nadie le va a arrebatar su sitio, como ganadero tiene en sus manos una vacada que se tambalea. Desesperante la falta de fuerza, empuje y fondo que tuvo la corrida de El Torreón. Fueron desfilando por la Era de los Mártires astados de similares condiciones. Con dispares hechuras, pero un calco en comportamiento. Llegaban al caballo y ahí se les acababa el fuelle.

Cesar Jiménez desorejó de una en una a su lote, no por que fuera ni mejor ni peor que los demás, simplemente porque estuvo habilidoso, fácil y dispuesto. A su primero lo cuidó mucho en varas, Poli Romero le dio una lidia perfecta con el capote en banderillas, dándole los lances justos, medidos y sin dejarse tocar la tela.

Con todos estos prolegómenos, el animal llegó a la muleta con nobleza y repitiendo, aunque con el leve defecto de presentar un molestito calamocheo, al no estar sobrado de fuerza. Le tapó bien el defecto Jiménez, que construyó una faena alegre, vistosa y del gusto de la mayoría.

Con el que cerró corrida, que no humilló ni tuvo demasiado interés por embestir con clase y profundidad, Jiménez volvió a mostrarse habilidoso, fácil en la cara y le sacó muletazos por ambos lados. Cuando quiso obligarlo por abajo, perdió las manos y a media altura las embestidas resultaron sosas.

No se le pueden poner pegas al torero, que estuvo con voluntad. A veces hubo enganchones, pero el público los olvidó cuando terminó la faena de rodillas, desplantándose y dando fiesta a la galería.

Cesar Rincón abrió plaza con un primero excesivamente gordo al que llevó por verónicas a pies juntos. Ya con la muleta, le dio sitio y los muletazos fueron de uno en uno, sin ligazón y sin asentar las plantas. El toro tuvo buen tranco, pero con el problema de la escasez de fuerzas. Y ante el cuarto, anovillado, chiquito y muy a modo, el colombiano puso empeño en convencer al público. Logró algunos muletazos poderosos, pero el animal no tuvo el fondo mínimo y salía desentendido de cada reunión.

Se esperaba una tarde de inspiración de Javier Conde, pero no surgieron los duendes. Tampoco tuvo material. Su primero salió derrotado después del puyazo y en la muleta no tuvo ni chispa, ni gracia, ni transmisión.

Conde insistió demasiado de forma absurda, a sabiendas de que no podía sacar partido. El trasteo resultó largo, pesado y el momento de matar tedioso. Y con el quinto, historia parecida. El toro se dio un fuerte golpe con las tablas de salida, que pudo acusar en la lidia. Una vez visto el juego de los demás, es ganas de buscar excusas. El caso es que muleta en mano, Conde no pudo dar ni un muletazo estimable a un enemigo inservible.