Y poco a poco hemos subido la Calle Ancha de mis amores y llegamos al alto, a la zona más elevada de la ciudad alta, a la Plaza de San Mateo, ese sublime solarium cacereño que domina el resto de la Villa. Me vienen muchos, demasiados recuerdos de la infancia feliz y la adolescencia taciturna, pero no debo hablar de mí, sino de Cáceres, aunque yo --como todos ustedes-- sea Cáceres también y entre todos la conformamos tal cual es hoy, como la conformaron quienes nos precedieron y la conformarán quienes nos sucederán. Somos eslabones en una cadena eterna sin solución de continuidad.

Antes de seguir divagando y llevarles hasta la misma plaza nos detenemos un instante a nuestra izquierda. Me cercioro. Sí, a la izquierda. Ya saben que la dislexia me ha jugado malas pasadas a cuenta de confundir izquierdas y derechas, pero todo (o casi) en esta vida tiene remedio. Se abre ante nosotros un requiebro, hermoso, delicado. Esta fachada serena pertenece a la que fue casa principal de Diego García de Ulloa, el Rico, Señor de Media Cacha, de quien ya hemos hablado en el Hospital de los Caballeros, y seguiremos haciéndolo en San Francisco el Real Extramuros. Luchó activamente en la Guerra de las Banderías, junto a Alfón de Torres y Alonso de Monroy en contra del Maestre Solís y el Capitán Ovando.

Veamos la casa primero. La fachada se presenta en ele, aprovechando el requiebro del final de la calle con la plaza, y así la portada se enmarca en el ángulo del rincón. Precisamente por ello se denominó popularmente esta construcción como las Casas del Rincón. La fachada es profundamente armónica, exquisitamente simétrica y presenta una gran arco de medio punto, adovelado sin resalte, sobre el que se sitúa una ventanita gótica arquitrabada con columnillas y un pentalóbulo. Sobre la ventana las armas de Ulloa, a su izquierda Carvajal y Ulloa, nuevamente, a la derecha. Todo se enmarca en un enorme alfiz, que corre por toda la cornisa y baja, silueteando la fachada hasta el salmer del arco. En la parte superior de la albanega dos gárgolas felinas. No cabe mayor equilibrio en esta fachada que reinterpreta a la cristiana elementos decorativos árabes.

Por cierto, saben que las gárgolas son elementos funcionales que sirven para expulsar el agua de las cubiertas, pero --a su vez-- son decorativos, tomando formas humanas, animales, quiméricas o monstruosas. Su referente último se circunscribe al Próximo Oriente Antiguo y los monstruos protectores, que alejaban los malos espíritus. El cristianismo los sincretizó en forma de bestias protectoras, y más tarde gárgolas e, incluso, tenantes en algunos blasones. El fin era la evacuación del agua, pero, al mismo tiempo, ahuyentaban al maligno. Como lo he nombrado, recen el exorcismo de San Miguel, por si acaso.

Una casa de cine

A lo nuestro. El resto del edificio está muy remodelado en el XIX y el XX. La casa está magníficamente conservada en su interior y exterior y pertenece actualmente a la familia Oriol. Hay que decir que esta casa ha sido muy cinematográfica, porque, como no ignoran, la ciudad alta ha servido de plató en más de una ocasión. Esta casa aparece en La lozana andaluza , ese producto del cine erótico que en su día fue un éxito y hoy no hay quien lo resista, con lo que esta casa se convirtió en parte de los sueños lúbricos de bastantes. En la otra cara de la moneda, en la serie Santa Teresa de Jesús , esta casa era el convento que la de Avila fundaba en Sevilla (si no me falla la memoria). Mancebía y convento sin haber sido ni lo uno ni lo otro. Cosas del cinematógrafo, pero, a veces, la realidad supera la ficción como bien saben y como veremos en algunos edificios cacereños. Esta visto que hoy no hablo de lo que nos trae a cuento. En resumidas cuentas, el edificio fue construido en el siglo XV por Diego García de Ulloa, el Rico, hijo de Gonzalo García de Ulloa y de Leonor Gil Mogollón.

Casó en primeras nupcias con su parienta Mencía Pérez de Ulloa, de los Señores de Malgarrida, con quien probablemente construyó la casa, por las armas que aparecen en la fachada. De ellos descienden los Señores, más tarde Marqueses, de Torreorgaz y los Señores de Castillejo.

Junto a esta casa, otra de pequeña fachada, pero amplio interior, blasonada de López-Montenegro, construida en los 80 y que se convertirá --si las mentes estrechas no se oponen-- en un magnífico hotel. No olvidemos que Cáceres tal y como lo vemos es un invento del siglo XX y que quienes hoy claman contra ciertas reformas, un día alabaron y justificaron algunos pastiches. Dejemos que cada época se manifieste y deje impronta y, por favor, basta ya de ensalzar el Exin Castillos. Me calmo, miro estas piedras que amo y las acaricio con la mirada, acaricio también, cándido, el futuro y la solidez sobre la que se construye, con generosa decisión, constante y sonrisa eterna, suave y cálida como una piel de astracán.