Cuando Severiano Rosado fue nombrado párroco de San José por Llopis Ivorra, no había iglesia, ni solar, tan solo unas líneas trazadas sobre un plano que delimitaban su parroquia. Cincuenta años después ha sido capaz de levantar el templo de San José, el colegio Nazaret (en su etapa de La Madrila), dos residencias de ancianos, el centro pastoral Las Acacias y la nueva iglesia Jesucristo Resucitado (R-66). Nada se hubiera hecho sin la colaboración de una feligresía llamativamente activa, pero detrás siempre ha estado la peculiar personalidad de don Severiano, como todos le conocen, aquel niño que quería ser cura con 10 años y que a sus 79 se ha convertido en el párroco más veterano de Cáceres. El sábado recibirá un homenaje por sus bodas de oro.

--¿Recuerda el chiste que circulaba por Cáceres durante los primeros años? ¿en qué se parece San José a una clínica?

--En que siempre estábamos de operaciones con el primer templo: operación desmonte , operación hormigonado , operación suelo ... Parece que fue ayer, el tiempo ha pasado muy rápido, aunque estos cincuenta años desde luego los llevo encima (risas). Venir aquí fue cosa del obispo Llopis Ivorra, que pensó que podría ayudar, y yo lo he intentado.

--Tras aquella reunión con 300 feligreses que acordaron cuotas voluntarias y la compra de un solar de 4.000 metros cuadrados junto a Hernán Cortés, en pleno descampado, ya empezó usted con sus ideas originales, que desde luego funcionaron: apadrinar un banco, apadrinar un trozo de suelo...

--Bueno, yo pensé que si cada familia pagaba un banco o un metro cuadrado de solado, a ellos no les supondría mucho y para el proyecto común significaría una gran aportación. Pero sea como sea, esto ha salido adelante gracias a la magnífica colaboración de la gente desde el principio hasta ahora, primero con la construcción del templo de San José y luego con nuevas sugerencias para atender las necesidades de nuestra parroquia, muy extensa. Hoy tenemos grupos parroquiales muy vivos.

--Sí, porque no siempre se recibe un sobre anónimo lleno con 30 billetes de 50 euros. ¿Le ocurrió hace poco, verdad?

--Estos gestos te hacen confiar siempre en el Señor. Yo digo que nadie abre la cartera si no ha abierto antes el corazón. Nuestra parroquia es muy generosa, y cuando alguien da su ayuda significa que colabora con el ideario de la Iglesia. No olvidemos que aquí se viene con libertad, aquí no se cobra entrada.

--Y es que usted logró que hasta el mismísimo nuncio colocara la primera piedra del templo...

--Monseñor Riveri vino a inaugurar el seminario y aprovechamos la ocasión. La verdad es que levantó expectación en la ciudad.

--Incluso se lleva bien con la cofradía de la parroquia, y eso ya sabemos que no siempre ocurre...

--Las cofradías son una manifestación más de la fe. Hay que dar libertad y opciones para que la gente siempre esté satisfecha.

--Pero ahora no corren buenos tiempos para la Iglesia, o sí...

--Hablo desde mi experiencia: los tres templos se llenan los domingos y tenemos bastante gente joven en los grupos. Quizás sí se nota el descenso demográfico: hay menos niños. Pero yo mantengo que la Iglesia ha llegado hasta aquí y que seguirá adelante pese a las contrariedades. Fíjate que el Imperio Romano, con todo su enorme poder, no pudo con aquellos primeros cristianos que eran tan débiles.

--Cincuenta años después debe de ser cura, amigo, consejero...

--Me han pedido consejo en asuntos tan delicados como los matrimonios, las vocaciones, las crisis familiares. Somos como los médicos: nos llaman cuando hay apuros. En realidad yo he tenido muchísima suerte. Hay sacerdotes que llegan a un pueblo con ilusión y no encuentran respaldo. Mi vida ha sido muy positiva, he sentido la ayuda de la gente y he visto el fruto de mi trabajo.