Paula Arroyo Carretero dejó hace 11 años Navalmoral de la Mata y regresó a Cáceres para cumplir su sueño, vivir en el casco histórico. "Pero ese sueño se convirtió para mí en una pesadilla, ¡y gorda!", exclama mitad resignada, mitad indignada mientras cuenta su tormentosa experiencia vital durante la última década. "Me encantaba la parte antigua y encontramos un piso muy bonito en el número 6 de la calle Santo Domingo, pero el vandalismo y el ruido han hecho tanta mella en mi familia que se han convertido en un problema de graves consecuencias psicológicas y de salud".

Entonces relata los inconvenientes que le acarrea vivir encima de un bar que, a su juicio, no dispone de las adecuadas medidas de insonorización. Pero las molestias del establecimiento no es lo único que le amarga la vida. La calle es estrecha y asegura que ha habido fines de semana en los que se han agolpado a los pies de su casa "entre 200 y 300 personas. Por fin --añade-- hemos conseguido que el bar baje la música, pero claro, hay veces que la gente consume en la calle y es habitual que en el entorno hagan botellones , tiren petardos...".

La vecina detalla cómo su calle es escenario habitual en el que chavales montan en patinete y que es lugar ideal para que "cinco o seis perros estén ladrando hasta las tres o las cuatro de la madrugada". Cuenta que el otro día los gamberros tiraron las vallas de Canal de Isabel II que el ayuntamiento ha instalado para la realización de las obras en la zona. Esa noche lanzaron piedras y botellas y hasta llevaron muebles viejos. "Mi marido tiene un problema respiratorio y debe salir de vez en cuando al balcón para tomar aire; cuando vio todo aquello se puso fatal. Está enfermo y permaneció despierto hasta las seis de la mañana. Para él esto es una pesadilla. Sus biorritmos han cambiado tanto que duerme de día y vela de noche".

Victoria Blázquez es propietaria del Castilla, el segundo hotel más antiguo de Cáceres. Abrió hace 100 años con el nombre de Pensión La Española en el número 3 de la calle Ríos Verdes, por entonces uno de los núcleos más cotizados de la capital. Victoria ha hecho del Castilla un espacio acogedor, adaptado a las comodidades actuales e ideal para el turista al estar enclavado en el casco histórico. Pero la pena de Victoria es que la fachada de su hotel es, ante todo, "un urinario público". Tanto es así que su hijo ha colocado unas vallas frente a las ventanas porque el orín está deteriorando muy seriamente el hierro y la madera.

La empresaria se queja del vandalismo. "Hace 15 días --explica aún atónita-- lanzaron una piedra de tres kilos al balcón del dormitorio de unos huéspedes, que en ese momento dormían. Si la piedra llega a romper el cristal podría haberlos matado". Insiste en que este rincón es un water de personas y perros y que ha recibido multitud de quejas de turistas que llegan a dudar "de la denominación de Cáceres como ciudad patrimonio de la humanidad".

La juventud

El testimonio de ambas se une al de otros vecinos que dicen apoyar incondicionalmente la decisión del concejal de Seguridad Ciudadana, Santos Parra, de redactar la Ordenanza Municipal Reguladora de la Convivencia Ciudadana y de la Protección del Entorno Urbano. Una de esas personas es Leticia García, una joven a la que igual que a Paula, se le truncó su sueño. "Siempre nos ha gustado mucho la parte antigua. Por eso, hace unos años mi hermano y yo convencimos a mis padres para que compraran una vivienda y ellos la adquirieron con la idea de que algún día fuera para nosotros". Con gran ilusión se hicieron con el 2º piso del número 6 de la calle Santo Domingo. "Pensábamos en la gozada que supondría vivir al lado de la plaza Mayor, en una zona tranquila, escuchando el sonido de las campanas y viendo a las cigüeñas. ¡Con qué ilusión hicimos la reforma!".

Justo la primera noche que se instalaron en su flamante casa decidieron ponerse a ver, tranquilamente, una película de video. Ya eran las once. A la segunda secuencia "el suelo --dice textualmente-- empezó a temblar. Pensamos que era imposible que se tratara de los vecinos de abajo. Efectivamente, nos asomamos y encontramos en la calle a una jauría humana que tocaba las palmas, daba golpes, tiraba cristales a la farola que hay junto a mi cuarto, que pintaba las paredes y llamaba una y otra vez al interfono".

Leticia confiesa que tuvo tanto miedo que al día siguiente cogió "los trastos y me fui a Santa Joaquina de Vedruna, de nuevo a la casa de mis padres. Al menos allí, cuando se celebra una fiesta de estudiantes, acude la policía". Ha pasado el tiempo y su